PATATAS COCIDAS EN EL DESIERTO
Cuando tenía 21 años unos de los platos que no me gustaban era el de las patatas cocidas, aunque fueran con carne, prefería que la carne sólo llevara patatas fritas, así es que a mi madre se lo ponía difícil. En menos de un año le solucioné el problema.
Fue el año en el que me incorporé a filas. Me destinaron al 3er. Tabo de Regulares tiradores de IFNI con base en el Aaiún (Sahara Español), siendo el primer año que destinaron soldados de reemplazo.
Nos llevaron a Cádiz donde permanecimos en el Cuartel de Transeúntes durante cuatro días, esperando al barco que nos trasladaría al Aaiún; capital del Sahara Español. En el traslado tardaron unos tres días.
Como no había puerto, tuvimos que desembarcar a unos 500 metros de la costa y parece ser que las escaleras del barco no funcionaban, cada soldado agarrado por los brazos de dos suboficiales u oficiales era tirado a una barca preparada al efecto y a unos 10 metros de altura o más, con lo que el golpe era morrocotudo. Menos mal que yo había adquirido experiencia en la barca del tío Redondo en el Almonte, cuando fuimos de bollos, unos años antes.
En esos tres días de travesía casi estábamos comiendo a base de latas y embutidos, provisiones que llevábamos en una maleta de madera, que en esos años estaban de moda.
El primer plato que nos pusieron fue de patatas cocidas con una carne de camello que cada trozo llevaba una veta amarilla que no me gustaba, pero que huyendo de ésta carne me encebé con las patatas cocidas que ya las encontraba tan ricas, ¡cuántas veces diría 'si mi madre me viera comerlas'!
En el año y pico que permanecí con los Saharauis, este plato era frecuente, sólo dos días a la semana ponían carne de gacela que nos traía una brigadilla mora dedicados a cazar por el desierto y nos servía de plato extraordinario.
Así es que a mi madre en la primera carta que escribí le dije que ya no tendría problemas con las patatas cocidas. Que se había producido un milagro.
El periodo de instrucción, como suele ocurrir, fue el más duro. Nos llevaban al campo en pantalón corto, camisa de manga corta, con nailas (sandalias de material), y tarbo (gorro rojo).
Cuando regresamos al cuartel el primer día, veníamos todos con la cara, los brazos y las piernas tan colorados como el tarbo a causa de sol que nos quemaba. Al día siguiente, la piel se nos fue levantando pasando los primeros días con bastantes dolores, por lo que después de la instrucción casi todos tenían que pasarse por el botiquín a curarse. Los mandos militares las gastaban así. No nos dieron ningún día de descanso para curarnos, nada todo a lo bestia.
Menos mal que pasado este período sólo me tocó hacer una guardia en el aeropuerto, que estaba a unos 2Km de la ciudad. A penas se veía y pasábamos la noche oyendo los aullidos de las hienas que merodeaban por allí.
Al día siguiente nos llamaron a unos cuantos para hacer un ejercicio de mecanografía para cubrir una plaza en la oficina del economato, como en eso estaba muy suelto me nombraron para el puesto, por lo que a partir de entonces sólo presté un servicio fuera de la oficina, que consistió en participar en unas maniobras.
En la oficina del economato estábamos un sargento, un teniente y yo. El teniente que para la tropa era un hueso para mí fue buen compañero.
El día de las maniobras, no sé si las hicieron porque nos visitó por entonces el General Muñoz Grande, la sección que me tocó fue la que mandaba el teniente del economato, y el sitio elegido era un pedregal, evitando las dunas que para nosotros hubiera sido más cómodo. Nos advirtieron que cuando dieran las órdenes saliéramos corriendo hasta un sitio determinado y nos tiráramos al suelo, poniendo los codos para que el mosquetón no sufriera desperfectos ya que en caso de guerra quedaríamos a merced del enemigo. Así lo harían todos menos yo, pues no estaba dispuesto a romperme los codos y que el mosquetón se fuera de rositas no habiendo guerra.
Cuando por la mañana en la oficina me encontré con el teniente me dijo: Montero te tenía que haber metido un buen paquete ¿Qué crees que no te vi? Lo primero es la disciplina. Le contesté que solía ser disciplinado pero que veía una tontería romperse los codos no estando en guerra. Además Vd, se vería perjudicado también si me dan de baja con todo lo que tenemos pendiente. Total, que me dijo: Anda, anda, no me vengas con excusas. Y así quedó mi brillante acción en las maniobras.
Un día un sargento moro nos invitó a un compañero del economato y a mí a su casa, que era como un palacio, a tomar el té. En el salón tenía grandes alfombras y sus dos mujeres nos sirvieron un té delicioso. Cuando salíamos de su casa le comenté al compañero, que además era paisano, de Badajoz, la atención que había tenido tanto él como sus esposas tan coordinadas y simpáticas, que de haber sido españolas se habría tirado las teteras a la cabeza.
Por las tardes me pasaba alguna hora en casa de un teniente moro que me pidió que diera clases de castellano a dos de sus hijos y el cual quedó muy agradecido.
Desde entonces no he vuelto a ponerle pegas a las PATATAS COCIDAS.