Dice Juan que "esta calle de la foto nos demuestra que en un pasado ya lejano fuimos un pueblo de labradores y gente del campo, pues esas casuchas o corrales eran cuadras donde descansaban los animales, cuando llegaban del campo de trabajar".
Si, pero no. No exactamente. Esta calle de la foto no tiene actividad. Hay muchos detalles que marcan la diferencia: Las hiervas crecen en la intersección pared-suelo. En las calles de entonces esto era impensable. ¡Pobre "brote verde" que hubiera osado destacar por encima de sus propias raíces en busca de sol y aire! Estaban para evitarlo las intrépidas gallinas que no dejaban bicho, ni planta viviente, sobresalir de su real crisis!. Tan incomprensible como el que una simple semilla hubiera osado superar la barrera de los animales domésticos, poniendo sus raíces en una calle reservada a la humanidad. Auténtica "humanidad" que se respiraba en los viales de entonces. No en esta.
Aquello era la civilización; no el campo. No habría cemento, ni azulejos, ni mármoles, ni ladrillos por causas financieras y de solvencia monetaria o de liquidez, pero, lo que es fuerza de trabajo no escaseaba, gracias a la cual la calle estaba limpia. Las paredes estaban limpias, las pizarras de los suelos brillantes, el cachino marco lucido que rodeaba la puerta y la ventana estaba blanco como la nieve, con un tomo de "tierra blanca", o de cal, considerable, aunque desigual por culpa de la piel de cordero que se utilizaba para repartir la pintura. Eran calles limpias, relativamente limpias, comparando con otras de uso más animal que humano. No había basureros porque no había basura. Esta, si se puede llamar así a los excrementos, se integraba inmediatamente con el resto de la materia natural o 'fusca' que constituía el pavimento, perfume incluido. No era el mismo olor insípido o, como mucho, de combustibles fósiles, que el que encontramos en la calle actual. Aquel era más "humano" y más "ecológico". Entonces todo se reciclaba.
También olía a paja y a heno. A animal de compañía y a persona. A geranio y a hierbabuena. No se por qué, a la gente, incomprensiblemente, le gustaba el olor de la gasolina. Más incluso que el olor a cecina, a torreznos fritos, a cocido y a potaje con arromazas. No sé por qué, preferían el olor a sardinas en lata, de las que se aprovechaba hasta el envase, que, al final de su vida útil acababa como calambuco, cacharo para dar de comer y beber a los animales, y finalmente decorando las paredes, ya muy agujereado, haciendo de maceta, con una planta de verdad.
Por eso no eran las mismas calles que la de la foto.
Y sólo hemos hablado de los olores y los colores. La gran diferencia estaba marcada por los sonidos. Antes que se empezaran a vender las "arradios" con "letras" bancarias, aquellos eran sonidos auténticamente humanos, mezclados con ciertos rebuznos, cacareos de gallinas, ladridos y maullidos... Había mucha letra y mucha literatura en aquellos sonidos. Muchas interjecciones. Gran variedad y diversidad de sonidos. Ni mucho menos tan dramáticos y monótonos como el que se vería después con las radionovelas de "Lucecita" y "Ama Rosa", que yo me acuerde.
Y el sonido de los hombres voceando a los animales, y el de los carros, el de la infinidad de muchachinos y muchachinas gritando y jugando por las calles....
No era la misma calle. Pero nos hace recordar. Podrían conservarla como museo, lo que falte podemos ponerlo entre todos, releyendo los escritos de Narciso, los relatos de Fernando y Lucas y las sugerencias tan acertadas de nuestro Juan.
Saludos.
