Hoy, día de nochebuena, me he puesto a mirar el cielo. Hacía mucho tiempo que no lo hacía; con tanta televisión y tanta internet, tanta literatura y tanto chateo a uno no le queda tiempo para mirrar hacia arriba.
¿Que he visto? He visto un gran reloj. Un curioso reloj que funciona al revés. Las manillas van en sentido contrario al de los relojes que los mortales modernos estamos acostumbrados a usar. Tiene 24 horas, en vez de 12, y el centro está en la estrella polar. De esto ya me había dado cuenta haciendo guardias como soldado: durante esas dos horas interminables, inactivas, junto a una garita, sin nada que hacer, puedes permitirte la contemplación del cielo e incluso calcular el giro que ha de hacer una determinada estrella hasta que te llege la hora del relevo.
Cualquier estrella te puede servir de aguija. El problema está en que las malditas agujas cambian de un día para otro en 4 minutos, porque nuestro día nos lo da el Sol y este dios astro parece tener su propia independencia con respecto a los demás, y nos dice que el día tiene 24 horas (día solar) y no 24 horas menos 4 minutos, que es lo que democráticamente marcan las estrellas (día sideral). Así que la próxima vez que me toque guardia (dentro de 15 días) mis aguijas nocturnas se habrán desplazado en una hora. En un mes 2 horas. Al año justo 24 horas; toda la esfera de mi reloj estelar habrá dado una vuelta completa. Los entendidos dirán que es porque en un año acabamos de dar una vuelta completa al sol. Lo que no sé es cómo se lo podían explicar esto en las épocas de esplendor egipcia, griega o romana; con tantos sabios y tantos inventores de religiones, dioses, fiestas y leyendas.
Tal vez no lo entendían porque la cosa se complica un poco más por culpa de este sol caprichoso que le da por ir como 'apagándose' , perdiendo fuerza e intensidad, reduciendo su inclinación y disminuyendo su tiempo de actividad, levantándose cada vez más tarde y acostándose más temprano. Y así durante 6 meses nos ha traído en vilo porque, por su culpa, las temperaturas han ido disminuyendo cada día y nuestros recursos energéticos se han tenido que reforzar para suplir esta carencia.
Así llegamos a la Navidad. Hoy, por fín, se ha roto esta tendencia. El astro rey de todos los astros está renaciendo. Hay que hacer una gran celebración.
Lo hemos estado viendo con la sombra que proyecta el palo del reloj solar. Entre el día 21 y el día 22 apenas ha habido diferencia, pero el día 23 se aprecia un ligerísimo recorte en la longitud de la sombra y durante el día ha marcado un semicírculo más amplio y de más duración. Hoy día 24 nuestro esclavo ha confirmado plenamente las observaciones de ayer. Podemos celebrarlo.
¿Por qué no lo festejamos el mismo día 22? Porque se requería una confirmación práctica y palpable. El año no dura exactamente 365 días, sino 365,2422 días solares medios . La observación exige mucha minuciosidad y precisión. Tenemos un cuarto de día, aproximadamente, de desplazamiento, cada año, que hay que saber ajustar, y los expertos han invertido siglos en deliberaciones para poder establecer un calendario válido y universal.
Hecho ya todo esto, hoy nos vamos a relajar. No vamos a tomar nota de los tiempos, ni a hacer cálculos precisos, porque nuestra Sociedad ya lo ha hecho. Miles de personas se han dedicado a ello y han terminado el trabajo por nosotros. Este tiempo precioso que nos han regalado lo vamos a dedicar a celebrarlo tomando turrón y golosinas; sólo nos pararemos un momento para reconocer y valorar la importancia de esta labor, casi olvidada, de los que se dedicaron a ello.
Feliz Navidad.
