Buscar En
RSS titulares
El Tiempo en España
Embalses.net
Valid XHTML 1.1
Anti Robots Spam

Participa / Foros / Colaboraciones / LA CUEVA DE SALAMANCA

Autor: Juan Ruiz de Alarcón
Fecha: 17/11/2008 12:10:57

Este acertijo no lo conseguido resolver. Tampoco lo he entendido muy bien.

Google nos remite a la obra de teatro LA CUEVA DE SALAMANCA de Juan Ruiz de Alarcón que nos entretenemos en transcribir aquí. por si alguien encuentra algún parecido:

************** ************* ************* ************* ************ ************

_____________ ____________ LA CUEVA DE SALAMANCA ____________ ______________
Juan Ruiz de Alarcón

Texto basado en la edición príncipe en PARTE PRIMERA DE LAS COMEDIA DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Madrid; Juan González, 1628). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.

Personas que hablan en ella:

• Don DIEGO, estudiante, galán
• Don JUAN, galán
• Don GARCÍA, estudiante, galán
• El MARQUÉS de Villena, galán
• ENRICO, viejo grave, estudiante
• Un TENIENTE
• CHINCHILLA, corchete
• ALONSO, ganapán
• ZAMUDIO, estudiante, gracioso
• Don PEDRO, viejo grave
• ANDRÉS, criado de Enrico
• Doña CLARA, dama
• LUCÍA, criada
• INÉS, que habla dentro
• Un ALCAIDE
• Un CORREO
• Un PESQUISIDOR
• Un FRAILE, doctor
• Un VERDUGO
• Tres PRESOS
• GENTE

________________ ________________ ACTO PRIMERO________________ ________________

Salen don DIEGO, de estudiante, y don JUAN, de noche


DIEGO: Don Juan, yo os prometo a Dios
que me tenéis enfadado,
que después que sois casado
no se puede andar con vos.
Si ver mujeres ordeno,
ninguna tiene buen talle;
si andar de noche en la calle,
os hace mal el sereno;
si al río quiero salir,
la humedad es mal segura;
si trazo una travesura,
miráis a lo porvenir;
si colérico me veis,
entra luego el predicar;
y al fin, si riño, en lugar
de ayudarme, me tenéis.
¡Pese a tal, don Juan, con vos!
Haced tal vez lo que quiero,
o buscad un compañero
hermano de Juan de Dios.
JUAN: Ello está muy bien reñido,
mas poca razón tenéis,
pues, cuando soltero, veis
que nadie más loco ha sido.
¿Qué travesura intentastes
en que yo quedase atrás?
¿En qué pendencia jamás
a ese lado no me hallastes?
¿Qué calle no paseé?
¿Qué noche fría dormí?
¿Qué mujer con vos no vi,
o qué espaldas no os guardé?
Mas ya no es tiempo de andar,
don Diego, sin mucho tiento,
que es un yugo el casamiento
que al más bravo hace amansar.
Esto por vos no ha pasado,
y medís sin diferencia
de un soltero la licencia
y obligación de un casado.
DIEGO: Pues si estáis tan convertido
no salgáis de noche un punto.
JUAN: No se olvida todo junto;
el ser mozo no he perdido.
DIEGO: Pues, ¡por vida de los dos,
que al gusto esta noche demos!
JUAN: Por vos he de hacer extremos;
basta, al fin, quererlo vos.

Sale don GARCÍA, de noche


DIEGO: ¿Quién es éste
JUAN: Don García.
DIEGO: No tengo vista.
JUAN: ¡Eso es bueno!
¿Quién no la pierde al sereno?
DIEGO: ¿Predicáisme todavía?
¡Don García!
GARCÍA: ¿Quién va allá?
DIEGO: ¡Amigo!
GARCÍA: ¡Don Diego hermano!
¿Qué hacéis?
DIEGO: Pasear en vano;
que donde don Juan está
no hay tratar de travesura.
GARCÍA: ¿En santulón habéis dado?
JUAN: Don Diego ha dado en pesado,
y la paciencia me apura.
Decidme si puedo hacer
más que prometer seguiros.
DIEGO: ¡Qué lágrimas, qué suspiros
os costó ese prometer!
GARCÍA: Cómo alegrarnos tracemos,
o voyme.
JUAN: No os vais, García,
que yo en todo, y hasta, el día,
quiero seguiros.
GARCÍA: ¿Que haremos?
DIEGO: Vamos a ver a Juanilla.
JUAN: ¿A Juanilla? ¡Hermosa pieza!
Mal está con su cabeza,
quien busca una taravilla.
DIEGO: ¿Tan presto, don Juan, quebráis
la palabra que habéis dado?
JUAN: Digo que erré, y que callado
iré donde vos queráis.
DIEGO: Mariquilla la bocona
no diréis que es bachillera.
JUAN: No es mala, si no pidiera;
mas, ¿vive la socarrona
vieja?
DIEGO: ¿Qué vieja?
JUAN: La madre.
DIEGO: Sí.
JUAN: Pues yo no he de ir allá.
DIEGO: ¿No digo yo? No hallará
una almena que le cuadre.
JUAN: Decidlo vos, don García,
que a vuestro voto me ajusto.
GARCÍA: Si he de declarar mi gusto,
gastar la noche querría
en cosa de más cuidado.
DIEGO: Declaradla, que aquí estamos.
GARCÍA: De que a la justicia hagamos
una burla estoy tentado.
JUAN: ¡Guarda!
DIEGO: ¡Hagamos!
JUAN: ¡Eso no!
DIEGO: ¡Dos le hemos de hacer, por Dios!
JUAN: Digo que se le hagan dos,
mas no he de ayudaros yo.
DIEGO: Necio estáis.
JUAN: Y vos sin seso.
¿Para qué es bueno arriesgarnos,
cuando podemos holgarnos
sin temer, un mal suceso?
GARCÍA: En la burla que imagino
ningún peligro ha de haber.
JUAN: Decid, que tal puede ser,
que siga vuestro camino.
GARCÍA: Ella al fin ha de ser tal,
que el alguacil y su gente
queden sin muela ni diente,
y se hagan ellos el mal.
DIEGO: ¡Buena, por Dios!
GARCÍA: Un cordel
es menester.
DIEGO: ¿Qué tan largo?
GARCÍA: De seis brazas.
DIEGO: De él me encargo;
a esta tienda voy por él.

Vase don DIEGO


JUAN: ¡Oh, para estas travesuras
qué diligente es don Diego!
GARCÍA: Moje el agua, queme el fuego
y haga el mancebo locuras,
y más cuando se granjea
hacer que pague quien debe.
JUAN. Sí ¿mas si encima nos llueve?
GARCÍA: No viva quien tal desea.

Sale don DIEGO con un cordel


DIEGO: El cordel tenéis aquí.
JUAN: Presto venís.
DIEGO: ¿Qué queréis?
¿Acaso a mal me tendréis
volver presto ya que fui?
¿Qué ha de hacerse?
GARCÍA: Atravesar
una calle.
DIEGO: Ya os entiendo;
y luego un fingido estruendo
de cuchilladas formar.
La justicia oye el rüido,
viene corriendo, y adiós
boca y narices.
GARCÍA: Y vos
en la traza habéis caído,
DIEGO: Pues a mi cargo la tomo
que de mil que agudos veo
tengo increíble deseo
de ver un alguacil romo
JUAN: Temo que le hemos de hacer
narices nuevas de plata.
DIEGO: A aquel que más se recata
más mal suele suceder.
GARCÍA: En esta calle imagino
que es mas cierta la justicia.
JUAN: No carece de malicia
ese pensar adivino.
GARCÍA: ¿Por qué?
JUAN: Porque da a entender
que de Clara el rostro y talle
trae rondantes a esta calle.
DIEGO: (Con que el seso he de perder.) Aparte
GARCÍA: Dos clavos quiero buscar.
DIEGO: ¿Al engañoso artificio
esta puerta no da el quicio,
y esta esquina este pilar?

Atan el cordel atravesando el vestuario, y dice don GARCÍA
aparte


GARCÍA: (¡Quien pusiera, hermosa Clara,
como pongo este cordel,
un muro, por que con él
nadie tu calle pasara!)
DIEGO: Repartidos nos pongamos,
y el que viere a la justicia
a los otros de noticia,
para que el rüido hagamos.
GARCÍA: Yo me quedo en esta puerta;
id a aquella esquina vos.
DIEGO: Yo me voy a esotra. Adiós,
y todo cristiano alerta.

Repártense por el teatro. Sale ZAMUDIO corriendo un tostador cae en el teatro; ALONSO, ganapán, corre tras él y cae y abrázase con él; y don DIEGO llega dando de cintarazos a ALONSO; él saca la espada y se retira.

ZAMUDIO: ¡Ésta os debo!
INÉS: ¡Alonso, acude Dentro
al ladrón!
ALONSO: Sosiega, Inés,
que no se me irá por pies.
DIEGO: ¿Rabias?
ZAMUDIO: ¡Tal santo te ayude!
ALONSO: ¡Jesús!
DIEGO: ¡Otro nadador
por tierra!
GARCÍA: ¡No caigas, cuero!
ALONSO: Ya no puedo, majadero.
Pagaréisme el tostador,
o, ¡vive Cristo, ladrón
que os mate!
ZAMUDIO: ¡Aquí del estudio!
DIEGO: Esta voz es de Zamudio.
¡Suelta, aparta, picaron!
ALONSO: ¡Aquí de Dios, que me matan!

Vase ALONSO


DIEGO: ¿Sacas la espada y das voces?
Perro, mataréte a coces.

Vase don DIEGO


JUAN: ¡Las tres Furias se desatan
cuando se enoja don Diego!
GARCÍA: La que viene es la justicia.
JUAN: ¡Aquí es Troya!

Salen un TENIENTE y CHINCHILLA y se caen; y luego saca la espada y éntrase tras de don DIEGO


CHINCHILLA: ¿Hay tal malicia?
Del vil oficio reniego,
que me he roto una rodilla.
¡Ténganse al señor teniente!

Vase CHINCHILLA


TENIENTE: ¡Jesús!
DIEGO: ¡Pícaro, detente! Dentro
TENIENTE: ¡Échales mano, Chinchilla!
¡Pagaránme esta insolencia!
CHINCHILLA: ¡Denme las armas! Dentro
DIEGO: Corchete, Dentro
apártate, o mataréte!
CHINCHILLA: ¡Resistencia! Dentro
TENIENTE: ¡Resistencia!
¡Aquí del rey!

Vase el TENIENTE


GARCÍA: A ayudar
vamos, don Juan, a don Diego.

Sacan las espadas. Vase don GARCÍA


JUAN: De tales burlas reniego.

Vase don JUAN. ZAMUDIO busca piedras

ZAMUDIO: ¡Que no haya podido hallar,
ya que espada no traía,
una piedra por aquí!
¡Qué blandura, pese a mí!
¿De ahito? A fe que no es mía.

Vase ZAMUDIO. Sale ENRICO, viejo grave, con sotana y ropa de levantar y bonete, y tinta y pluma y papel, ANDRÉS, su criado, en cuerpo, con un candil pone un bufete en medio del teatro y el candil encima

ANDRÉS: ¿No es hora ya de dormir?
Mira que las doce son.
ENRICO: Primero, Andrés, la lición
de mañana he de escribir.
Dame asiento.

Síéntase a escribir

ANDRÉS: Haces agravio
a tu edad y a tu saber.
ENRICO: Siempre queda qué aprender.
No hay hombre del todo sabio.
ANDRÉS: ¿Cuándo saldrás de pobreza
con trabajo semejante?
ENRICO: Cuando salga de ignorante,
que el saber es gran riqueza.
No es el fin, Andrés amigo,
del estudio enriquecer;
fin del estudio es saber.
Si eso alcanzo, lo consigo.
El que riquezas procura
con la fortuna las ha,
cuyo buen efeto está
no en saber, sino en ventura.
Rico eminente en saber
pocas veces lo verás;
saber pobre quiero más
que ignorante enriquecer.
Si ya en un valle templado
de verde pasto abundoso
viste el caballo vicioso,
rico en su bestial estado,
¿tuvístele envidia? No.
¿Trocaras con él tus bienes?
No, que en la razón que tienes
el cielo te mejoró.
Cuando un mayorazgo ves
de estos que se usan agora,
y que más que tiene ignora,
¿no te da lástima, Andrés?

Salen don DIEGO con la espada desnuda, y ZAMUDIO


DIEGO: Si acaso tenéis por dónde
a la otra calle salgamos
los dos, a quien la justicia
viene siguiendo los pasos;
si tenéis dónde escondernos,
sed nuestro asilo y sagrado,
ya que por dicha esta puerta
a tal hora abierta hallamos.
La traviesa mocedad
es autora de estos casos;
perdonadlos como cuerdo
y amparadnos como honrado.
Don Diego soy de Guzmán
y Zúñiga; justo amparo
dad a un noble, si lo sois.
Pero ya siento los pasos.
ZAMUDIO: Pongámonos en defensa
de la puerta.

Pónese a escribir ENRICO


ENRICO: Sosegaos,
don Diego, cobrad aliento,
que de libraros me encargo.
ZAMUDIO: Si un momento os detenéis,
tarde querréis ayudarnos.
ANDRÉS: No os aflijáis, que sí quiere
sabe el vicio hacer milagros.

Cae de lo alto una nube como manga, a raíz del vestuario, coge dentro a don DIEGO y él se mete en el vestuario, y torna a subir la nube


ZAMUDIO: Qué es esto ¡Válgame Dios,
qué prodigio! El viejo es santo.
Mas, señor, triste de mí,
¿de Zamudio no haces caso?
¿Así te vas y me dejas
en poder de tus contrarios?
¿No importa que a mí me prendan?
¡Quiebre por lo más delgado!
Viejo santo, santo padre,
yo me pongo en vuestras manos.
ENRICO: No temas.
ZAMUDIO: De este bufete
me amparo.
ANDRÉS: Estará debajo
de un bufete otro bufete.
ZAMUDIO: Bufetes hay muy honrados.

Métese debajo del bufete; la sobremesa besa el suelo; quitan un escotillón del teatro y húndese ZAMUDIO, y tornan a poner el escotillón. Entran el TENIENTE, y CHINCHILLA, y gente con hachas encendidas


TENIENTE: Guarden algunos la puerta.
Los demás vayan cercando
esta calle alrededor,
que se irán por los tejados.
¿Sois el dueño de esta casa?
ENRICO: Yo soy, a vuestro mandado.
TENIENTE: ¿Y este mozo?
ENRICO: Es mi sirviente.
TENIENTE: ¿Qué es de unos hombres que entraron
agora aquí?
ENRICO: ¿Hombres aquí?
Corta es la casa, buscadlos.
TENIENTE: ¿No hay más aposentos?
ENRICO: No.
En aquéste solo paso
con tanta anchura la vida,
como el rey en sus palacios.
TENIENTE: ¿Tiene ventana?
ENRICO: Ninguna;
por la puerta el sol sus rayos
le da.
TENIENTE: ¿Luego no han podido,
si es que en esta casa entraron,
salir sino por la puerta?
CHINCHILLA: Yo los vi entrar, no me engaño,
y hasta agora no han salido.
ENRICO: Mucho estudio y muchos años
me han acortado la vista,
de modo que habrán entrado
sin verlos yo.
TENIENTE: ¡En vivo fuego
de ira y de enojo me abraso!
¿Cuatro desnudas paredes
en un tan pequeño espacio
nos los pueden esconder?
CHINCHILLA: Señor, concluye este caso.
Suelo, paredes y techo
de abajo arriba volvamos.
TENIENTE: Metidos en las paredes
no han de estar, y si debajo
de este bufete no están,
no hay aquí dónde buscarlos.
Alzad esa sobremesa
con las armas en las manos.
CHINCHILLA: ¡Ténganse al señor teniente!

Levanta la sobremesa y luego déjala caer, y tórnase a poner ZAMUDIO debajo del bufete


Mas no hay aquí nadie.
ENRICO: En vano
es, por Dios, vuestra porfía.
Toda la casa es un palmo,
sin alacena, tabique,
bóveda, cueva o sobrado;
no hay colgaduras que puedan
encubrir portillos falsos.
Derribad, romped, partid,
si a persuadiros no valgo;
que este testigo que dice
que los vio entrar se ha engañado;
como esta casa hace esquina
a esotra calle, doblaron,
y la obscuridad disculpa
de sus ojos el engaño.
TENIENTE: Ésta es la verdad sin duda.
Por ti se me han escapado,
Chinchilla, los delincuentes.
CHINCHILLA: ¡Por Dios, que parece encanto!
TENIENTE: Vamos, que no he de acostarme
hasta que los prenda.
CHINCHILLA: Vamos.

Vase la justícia. Salen de debajo del bufete ZAMUDIO, y don DIEGO del vestuario


ZAMUDIO: ¡Que se quema, so Teniente!
DIEGO: Dadme los pies soberanos,
restaurador de estas vidas.
ENRICO: Señor, ¿con vuestro crïado
habéis de hacer tal exceso?

Sale Don JUAN con la espada desnuda


JUAN: ¡Don Diego!
DIEGO: ¡Don Juan hermano!
¿Dónde estuvistes?
JUAN: Seguro
de nuestros mismos contrarios,
escondido entre ellos mismos,
aguardé el fin de este caso.
Pero vos, ¿cómo escapastes?
DIEGO: Por un patente milagro
del varón que veis divino.
JUAN: Razón es que conozcamos
a quien tanto con Dios puede.
DIEGO: Decid quién sois, varón santo.
ENRICO: No soy sino pecador;
mas si algún placer os hago
en decir quién soy, sabréislo
si oís un pequeño rato.

En letras y armas la nación famosa
francesa me dio ser; padres honrados,
si no de sangre tuve generosa,
que no jacto valor de mis pasados.
Propia virtud es calidad gloriosa;
paternas armas, timbres heredados,
armas son ciertas de su autor primero.
Vana opinión las pasa al heredero.
En la niñez las artes liberales
me dieron en París honrosa fama;
mas en la edad autora de los males
que en el rostro el sutil vello derrama,
fueron mis travesuras desiguales,
nacidas del amor de cierta dama,
causa de mi inquietud, hasta obligarme
de Francia mis delitos a ausentarme.
Fuime de mar en mar, de tierra en tierra;
varias costumbres vi, varias naciones,
viviendo ya en la paz y ya en la guerra
según el tiempo hallé y las ocasiones;
mas aunque mi locura me destierra,
llevé conmigo mis inclinaciones,
que en cualquiera región, cualquiera estado,
aprender siempre más fue mi cuidado.
Al fin topé en Italia un eminente
en las ciencias varón, Merlín llamado;
procuré su amistad, y cautamente
a la estrecha llegué de grado en grado;
él, que mi inclinación y intento siente,
a mis letras y ingenio aficionado,
conmigo liberal, del alma rica
los más altos tesoros comunica.
Aprendí la sutil quiromancía,
profeta por las líneas de las manos;
la incierta judiciaria astrología,
émula de secretos soberanos,
y con gusto mayor, nigromancía,
la que en virtud de caracteres vanos
a la naturaleza el poder quita,
y engaña, al menos, cuando no la imita.
Con ésta a los furiosos cuatro vientos
puedo imponer; los montes cavernosos
arrancar de sus últimos asientos
y sosegar los mares procelosos;
poner en guerra y paz los elementos;
formar nubes y rayos espantosos;
profundos valles y encumbrados montes
esconder, y alumbrar los horizontes;
con ésta sé de todas las criaturas
mudar en otra forma la apariencia.
Con ésta aquí oculté vuestras figuras;
no obró la santidad, obró la ciencia.
Ésta os ofrezco con entrañas puras
a cualquier peligrosa contingencia,
ajeno de interés, que bien me sobra
el que saco de hacer la buena obra.
En este, pues, que veis, albergue chico,
donde vine a parar por la noticia
de esta universidad, paso tan rico
cuan libre de ambición y de codicia;
aquí mi ciencia a todos comunico;
que no de lo que sé tengo avaricia.
Esto es y vale Enrico. Sólo queda
saber si hay más en que serviros pueda.
DIEGO: ¡Oh, prodigioso varón,
consuelo y amparo nuestro!
¡Dichoso el caso siniestro
que nos ha dado ocasión
de gozar de tal maestro!
Mas podéisos acostar,
Enrico, que el trasnochar
a vuestra edad no conviene.
ENRICO: Un colchón y un jergón tiene
mi cama; eso os puedo dar.
DIEGO: Dormid en él, que os hará,
pues sin pena estáis, provecho;
porque a quien con tanta está
como nosotros, será
campo de batalla el lecho.
JUAN: Dormid, padre, que interés
de los tres guardaros es
el sueño mientras durmáis,
pues que despierto guardáis
vos las vidas de los tres.
DIEGO: Dormid sin cuidado o pena,
que gente somos segura.
ZAMUDIO: Y de presunción tan buena,
que si a robar se aventura,
ha de ser alguna Elena.
ENRICO: No tan poco el tiempo ha sido
que en Salamanca he vivido,
gran don Diego de Guzmán,
que no haya a vos y a don Juan
de Mendoza conocido;
cuanto más que de esta casa
es segura guarnición
el ser la fortuna escasa,
que el pobre sin riesgo pasa
por delante del ladrón;
y así hallastes a horas tales
de par en par mis umbrales,
y porque por puntos salgo
a la calle a observar algo
de los cursos celestiales.
DIEGO: Idos, que es tarde, a acostar.
ENRICO: Pésame de no poder
a los tres acomodar.
DIEGO: De lo que habemos de hacer,
nos es forzoso tratar.
ENRICO: Desnúdame, Andrés.

Vase ENRICO


ANDRÉS: Patrón,
hasta la matina.

Vase ANDRÉS


ZAMUDIO: ¡Es hora
de dormir, que las tres son!
JUAN: ¡Estamos buenos agora,
don Diego!
DIEGO: ¿Pues qué? ¿Hay sermón?
JUAN: ¿No ha de haber, cuando por vos
hemos venido los dos
a un estado tan estrecho?
DIEGO: Lo hecho, don Juan, ya es hecho,
¡y bien hecho, vive Dios!
Como soltero reñistes;
no temáis como casado.
JUAN: En la ocasión me pusistes,
y en ella debe un honrado
hacer como hacer me vistes.
No hallarse en ella es ventura;
quitarse de ella, cordura;
y salir bien de ella, honor.
DIEGO: ¡Ah, Dios, y qué a mi sabor
he hecho esta travesura!
De alguaciles y escribanos,
a quien tanto aborrecía,
vengado estoy con mis manos.
ZAMUDIO: Tú les has dado un buen día
al cura y los cirujanos.
DIEGO: Lindamente le pegué
al bueno del escribano;
como tan cerca lo hallé
a este lado, derribé
un revés...
ZAMUDIO: Detén la mano,
que la tienes muy pesada.
Mas, ¿por qué no dejas nada
a los demás de la gloria?
Que este brazo la vitoria
te dio con una pedrada.
JUAN: ¡Buenos estáis! Burla ha sido
lo que nos ha sucedido.
DIEGO: El tratar de la vitoria
y el celebrarla, la gloria
aumenta de haber vencido.
JUAN: Que tratemos será bien
de lo importante primero.
DIEGO: Bien decís.
JUAN: La voz detén,
que siento pasos.
ZAMUDIO: Aun bien
que está cerca el milagrero.
JUAN: Pasó adelante quien era.
DIEO: De buena gana riñera
con quien pasó, ¡vive Dios!,
que ya he descansado. ¿Y vos,
don Juan?
JUAN: Que tengáis quisiera
jüicio, por vida mía,
y ver lo que hemos de hacer.
DIEGO: Podemos desde este día
aprender nigromancía,
y escondidos aquí, ver
el suceso de este cuento,
pues que con su encantamento
Enrico nos asegura
de ser presos.
JUAN: Es cordura,
pues que ya en este aposento
no han de volver a buscarnos.
DIEGO: Y este francés puede darnos
y nosotros aprender
hechizos, para poder,
mudando formas, andarnos
por la ciudad.
JUAN: Bien está.
Otro capítulo va,
que en mi libro es el primero.
ZAMUDIO: ¿Y el sueño? A saber espero
a cuántas fojas está.
DIEGO: ¡Ah, quién te pudiera ver!
¡Cuál estarás, Clara mía,
si esto has llegado a saber!
JUAN: ¡Cuál estará mi mujer!
ZAMUDIO: ¡Cuál estará mi Lucía!
DIEGO: Mas, ¿quién de vosotros vio
a don Garcia?
JUAN: Yo no.
ZAMUDIO: Yo lo vi de tres cercado,
hecho un Marte de enojado;
mas no supe en qué paró.
DIEGO: Yo me duermo.
JUAN: Yo no velo.
DIEGO: Donde falta el lecho blando,
a la juventud apelo.
ZAMUDIO: Tendido en el duro suelo,
y el alma a Dios cuenta dando.

Vanse todos. Salen don PEDRO, doña CLARA y LUCÍA


PEDRO: Hija, yo voy a saber
este alboroto.
CLARA: Ven presto,
padre, que estás indispuesto
y temprano has de comer.

Vase don PEDRO


LUCÍA: Todo el mundo está revuelto,
herido el corregidor,
muerto el alguacil mayor.
¡El demonio anduvo suelto!
Abrieron tanta cabeza
a Romero el escribano;
derribaron una mano
a Chispa, aquel buena pieza
que me prendió el otro día.
¡Bien haya quien le pegó,
que de un ladrón me vengo!
Está preso don García,
y yo sé que en la prisión
da más suspiros por ti
que por verse preso así.
CLARA: ¡Que impertinente afición!
Pésame, que es camarada
de don Diego.
LUCÍA: Tu don Diego
fue quien causo todo el fuego.
CLARA: ¿Qué dices? ¡Ay, desdichada!
¿Don Diego?
LUCÍA: Como lo digo.
En la plaza lo oí contar;
la justicia anda a buscar
a él y a don Juan su amigo.
Dicen que el corregidor,
por verse más bien vengado,
a la corte ha despachado
a pedir pesquisidor.
CLARA: ¡En qué pudieron parar,
don Diego, tus travesuras!
Pero no. Mis desventuras
esto deben de causar.

Sale ANDRÉS con un papel


ANDRÉS: (Ella, por las señas, es.) Aparte
¡Oye, señora doncella!
LUCÍA: ¿Quién es? ¿Qué quiere?
ANDRÉS: ¿No es ella
la sora Lucía?
LUCÍA: ¿Y pues?
¿Qué la quiere el sacristán?
ANDRÉS: ¿La que veo es doña Clara?
LUCÍA: ¿Qué, que sea?
ANDRÉS: ¡Linda cara!
De don Diego de Guzmán.
traigo un papel.
LUCÍA: Llegad luego,
Pues venís a tan buen hora
que está sola mi señora.
ANDRÉS: Éste te envía don Diego
de Guzmán.

Da el papel a doña CLARA


CLARA: Porte recibe.
ANDRÉS ¿Dónde queda? Ahí lo verás,
que yo no soy para más.

Lee en secreto doña CLARA


CLARA: ¿Llevarás respuesta?
ANDRÉS: Escribe
si quieres. Y a ti, Lucía,
traigo un recado también.
LUCÍA: #161;Mas que es de Zamudio!
ANDRÉS: Bien,
estos abrazos te envía.
Llega, tómalos, que a fe
que cuando a mí me los dio
me holgué mucho menos yo
que en dártelos me holgaré.
LUCÍA: ¿Hallóse en la resistencia?
¿Salió herido?
ANDRÉS: ¡Bueno es eso!
No tiene tan poco seso.
Bien sale de una pendencia.
CLARA: Id, mancebo, en hora buena,
que aquí no tenéis que hacer.
ANDRÉS: ¿No escribes?
CLARA: No es menester.
ANDRÉS: Tened dolor de mi pena,
Lucía, que por vos muero.
LUCÍA: Dad a Zamudio un recado.
ANDRÉS: ¿Desdeñoso?
LUCÍA: Enamorado.
ANDRÉS: Buscad otro mensajero.

Vase ANDRÉS


LUCÍA: ¿Qué te escribe?
CLARA: La locura
mayor que en mi vida vi.
De ser preso dice aquí
que escapó por gran ventura;
pero que verme desea
y que esta noche vendrá,
y habré de ir antes allá
porque sin riesgo me vea;
que es público en el lugar
que amor tiene en esta calle,
y en ella es cierto espialle.
LUCÍA: ¿Sabes dónde lo has de hallar?
CLARA: En éste las señas leo
de la casa donde está.
LUCÍA: ¿Y tu padre?
CLARA: Amor dará
la industria, pues da el deseo.

Vase. Salen el MARQUÉS, de camino, y don DIEGO y don JUAN


DIEGO: ¿Posible es que hayáis venido,
ilustre luz de Girón,
a darla a un pobre rincón
a la del sol escondido?
¿Es posible que un marqués
de Villena se ha dignado
de pasar del rico estrado
a tanta humildad los pies?
MARQUÉS: Si tal me decís, de vos
será forzoso agraviarme,
que bien puedo entrar y honrarme
en casa en que estáis los dos;
que si tan ilustres pechos
encontrar aquí pensara,
sin otra ocasión trocara
por éste los altos techos.
Mas dejando estas porfías,
si bien hijas de verdad,
porque son de la amistad
ajenas las cortesías,
decir quiero la ocasión,
pues me la habéis preguntado,
por qué esta casa he buscado.
DIEGO: Decid, pues.
MARQUÉS: Dadme atención.
En esta universidad,
donde la sabia Minerva
hoy tiene el sagrado culto
de que está celosa Atenas,
desde la puericia dócil
a la ardiente adolescencia
hice de mí sacrificio
a la diosa de las letras.
Era en mi casa el segundo,
y, aunque amante de las ciencias,
mucho más me provocaba
la milicia que la Iglesia;
partíme a Italia, ambicioso
de las glorias de la guerra,
y al monstruo en ciencias Merlín
por mi dicha encontré en ella.
Aquél que, según publican
o verdades o consejas,
lo concibió de un demonio
una engañada doncella;
que esto puede hacer un ángel
si a vaso femíneo lleva
el semen viril que pierden
los que con Venus se sueñan...
Mas sigan esta cuestión
los que siguen las escuelas,
que a mí no me toca agora
probar sus naturalezas.
"Merlín el hijo del diablo"
su apellido común era,
yo he pensado que por ser
más que humano a todas ciencias.
Yo, soldado, aun no olvidado
de mi inclinación primera,
con dádivas y con ruegos
gané en su pecho las puertas.
Enseñóme los efetos
y cursos de las estrellas,
que el entendimiento humano
hasta los cielos penetra;
las quirománticas líneas,
con que en la mano a cualquiera
de su vida los sucesos
escribe Naturaleza.
Supe la fisonomía
muda que habla por señas,
pues por las del rostro dice
la inclinación más secreta;
sutiles estropelías
con que las manos se adiestran,
y a la vista más aguda
engaña su ligereza.
De números y medidas
las demonstraciones ciertas
por matemática supe
y supe por arismética.
Estudié en cosmografía
el sitio, la diferencia,
longitud y latitud
de los mares y las tierras;
y por remate de todo
la arte mágica me enseña,
de cuyo efeto las causas
no alcanza la humana ciencia,
pues con caracteres vanos
y con palabras ligeras
obra prodigios que admira
la misma Naturaleza.
En esto, de que murió
mi hermano mayor las nuevas
fueron causa que de Italia
diese a Castilla la vuelta.
Fuime a vivir a la corte,
que parecen bien en ella
las cabezas de las casas
a acompañar su cabeza.
La parlera fama allí
ha dicho que hay una cueva
encantada en Salamanca,
que mil prodigios encierra;
que una cabeza de bronce,
sobre una cátedra puesta,
la mágica sobrehumana
en humana voz enseña;
que entran algunos a oírla,
pero que de siete que entran
los seis vuelven a salir,
y el uno dentro se queda.
Yo, de esta ciencia curioso,
incitado de estas nuevas,
supe de la cueva el sitio
y partíme solo a verla.
La cueva está en esta casa,
si no mintieron las señas;
pero que verdad dijeron
muestra el hallaros en ella,
porque, si no es por encanto,
imposible es que cupieran
dos hombres que son tan grandes
en casa que es tan pequeña.
DIEGO: Gran don Enrique, jamás
para hazaña tan honesta
a príncipe de estos tiempos
vi calzarse las espuelas,
trocar las fiestas y gustos
al trabajo de las letras,
y el encanto cortesano
por una encantada cueva;
acción de príncipe heroico,
acción en efeto, vuestra,
que sois quien del gran maestre
el valor y sangre hereda.
MARQUÉS: Para quien viene a saber,
larga digresión es ésa.
DIEGO: Oíd de la cueva, Enrique,
la relación verdadera.
Retórica la fama, de figura
alegórica usando, significa
la verdad de la cueva en la pintura.
Ésta que veis obscura casa chica
cueva llamó, porque su luz el cielo
por la puerta no más le comunica,
y porque una pared el mismo suelo
le hace a las espaldas con la cuesta
que a la iglesia mayor levanta el vuelo;
y la cabeza de metal que puesta
en la cátedra da en lenguaje nuestro
a la duda mayor clara respuesta,
es Enrico, un francés que el nombre vuestro,
el mismo devagar, los mismos casos
y el que tuvistes vos, tuvo maestro.
De Merlín, como vos, siguió los pasos,
y al fin, pródigo aquí de su riqueza,
de magia informa juveniles vasos;
y porque excede a la naturaleza
frágil del hombre su saber inmenso,
se dice que es de bronce su cabeza.
De siete que entran, que uno pague el censo,
los pocos que de muchos estudiantes
la ciencia alcanzan, declararnos pienso;
La falda ocupan muchos caminantes
al apolíneo monte, y pocos besan
las aras en la cumbre relumbrantes.
Enrico está en escuelas; que no cesan
en casi edad caduca sus intentos
de seguir el estudio que profesan.
En ellas oye humildes rudimentos
de las ciencias que ignora, y da en su casa,
de las que sabe, claros documentos.
En viéndolo, veréis que ha sido escasa
la fama en metafóricos pregones,
pues la verdad sus límites traspasa.
¡Dichosa España, que de dos varones
goza en un tiempo tales! Dos Enricos
serán de hoy más sus célebres blasones.
Mas no convienen coronistas chicos
a grandes cosas y hechos inmortales;
déjolo a estilos de caudal mas ricos.
Y por que ya sepáis los desiguales
casos, que a choza tal nos han traído,
oíd en breve suma largos males.
En cierta resistencia habemos sido
culpados; muertos hubo, y más de nueve
acompañó el corregidor herido.
Toco a rebato, y la irritada plebe
en tal número crece, que al espeso
granizo imita que del cielo llueve.
Fuerza fue retirarnos; yo confieso
que me faltó el aliento, y ya sería
resistir, no valor, mas poco seso.
Con alas gran caterva nos seguía;
aquí entré perseguido, y con encanto
de sus ojos Enrico nos desvía
Quedámonos aquí, por que entre tanto
con sus artes el vicio nos defienda,
que nos da libertad el cielo santo.
Mas, ¡ay!, que allá dejamos una prenda,
don García Girón, vuestro pariente,
que al valor de ese pecho se encomienda,
preso quedó en la lucha, y duramente
lo tienen en la pública aherrojado,
sin darle cárcel, a quien es, decente.
Dícese que a la corte han envïado
por un pesquisidor; yo a que lo impidan
por la posta a mis deudos un crïado.
Pero los cielos, que jamás olvidan
un pecho de desdichas oprimido,
en vos con el remedio nos convidan,
pues a tal ocasión os han traído.
MARQUÉS: Don Diego, la explicación
de la cueva que he buscado
extraño gusto me ha dado,
y puesto en obligación.
Mas corrido me confieso
de ver que esté don García
Girón, de la sangre mía,
en cárcel pública preso;
a un crïado de mi casa
debiera el corregidor
hacer diferente honor.
Ardiente furia me abrasa;
rabiando está el alma mía,
amigos, ya por vengar
tan injusto agravio, y dar
libertad a don García.
Quedaos a Dios.
DIEGO: A Él suplico
que vida inmortal os dé.
MARQUÉS: Luego a veros volveré
y a gozar del sabio Enrico.

Vase el MARQUÉS


DIEGO: ¿Qué decís?
JUAN: Que ya no dudo
de tener fin venturoso,
que medio más poderoso
darnos la suerte no pudo.
A mi esposa es bien que escriba
de estas nuevas un papel.
DIEGO: Bien es que en mal tan crüel
este consuelo reciba.

Vase don JUAN. Salen doña CLARA, con manto, y LUCÍA


CLARA: ¡Querido dueño mío!
DIEGO: ¡Bien de mi pensamiento!
¿Qué exceso, qué milagro, qué portento
estoy viendo? ¿Es verdad o desvarío?
¿Un pequeño rincón triste y sombrío
cielo ya venturoso
es del sol más hermoso
que el que por inventor del claro día
tiranizó la humana idolatría?
CLARA: ¡Ay, mi bien! ¿Qué te espantas?
Tus excesos me obligan a este exceso.
DIEGO: ¡Oh, feliz yo, que entre desdichas tantas
más que amoroso conseguí travieso!
CLARA: Como escribiste que esta noche irías
a verme, dueño mío,
temí tus desventuras y las mías;
y así, por evitar tu desvarío
y mirar por tu vida, me he arrojado
a exceder de la esfera de mi estado.
¿Qué desdichas son éstas, qué locuras?
¿Tú me tienes amor? Si amor tuvieras,
tu inclinación indómita oprimieras,
porque a mis penas duras
no diesen ocasión tus travesuras.
DIEGO: No te aflijas, mi bien, que pues te veo,
nada queda que espere mi deseo.
CLARA: ¿Tú, señor, retraído?
¿Don Diego de Guzmán en una cueva
tan humilde escondido?
DIEGO: No ya humilde la llames, pues ha sido
oriente celestial de luz tan nueva.
CLARA: En riesgo tan crüel, ¿qué determinas?
En trance tan estrecho,
¿qué medios imaginas?
Mira si pueden dar en tu provecho
sangre mis venas, corazón mi pecho.
DIEGO: Sólo tu sentimiento,
señora, es el que siento;
lo demás todo es nada.
CLARA: ¿Todo es nada, don Diego,
cuando el lugar se abrasa en vivo fuego,
cuando el corregidor, de una estocada
venganza pide, ciego?
¿Cuando tres escribanos
del rigor se lamentan de tus manos,
y el alguacil mayor, por una herida,
al cielo da las quejas y la vida?
DIEGO: Pues, ¿qué es eso?
CLARA: ¿Qué es eso?
¡Harás que pierda el seso!
DIEGO: ¿Ves esa resistencia,
esas heridas ves, ves esas muertes,
ves esas quejas y contrarios fuertes,
heridas y alborotos?
CLARA: Ya los veo.
DIEGO: Pues mucho más me aflige mi deseo.
La vida has ofrecido
a remediar mis males;
para éstos, más mortales,
menos, mi bien, te pido.
CLARA: ¡Que bien las cosas mides!
¿Menos me pides y el honor me pides?
¿Sin la mano querías
gozar las prendas mías?
DIEGO: Si a tu bien, dulce dueño, condujese
que yo tu esposo fuese,
yo, ¿qué más bien quería?
Mas--¡ay, señora mía!--
si miro en tu belleza
opuesta la Fortuna
a la Naturaleza;
si es la necesidad más importuna
cuanto es más la hermosura y la nobleza,
y yo soy por igual pobre y honrado,
¿cómo seré tu esposo,
para verme, mi bien, más obligado
y menos poderoso?
CLARA: No estás enamorado,
que el niño Amor no alcanza
tanta razón de estado.
Para burlar, ingrato, mi esperanza,
¿hallas tantas razones?
¡Oh, qué poco te ciegan tus pasiones!
DIEGO: Tú sí que a tu honor miras.
¡Mientes si dices que de amor suspiras!
¿En qué deuda me pones,
si en recíproco trato de himeneo
la ejecución me vendes del deseo?
Vete, falsa, y no digas que me quieres,
que no es amor, amor interesado.
Ya estoy desengañado,
que sólo en lo que agora te he pedido
probar tu amor mi pensamiento ha sido,
que no verlo, enemiga, ejecutado
sin ser esposo tuyo;
y pues probé tu falsedad, concluyo
con que de aquí adelante
ni quiero ser tu esposo ni tu amante.
CLARA: Quédate, falso, tú; que pues arguyo
tu engaño de tu prueba cautelosa,
no quiero ser tu amante ni tu esposa.

Vanse don DIEGO y doña CLARA

________________ ________________ ACTO SEGUNDO________________ ________________

Salen ZAMUDIO por una puerta con uas alforjas, y por otra don DIEGO, en cuerpo, con espada, de color


ZAMUDIO: Yo sea muy bien venido.
DIEGO: ¡Ya te estaba deseando!
¿Cómo vienes?
ZAMUDIO: Vengo andando.
DIEGO: ¿Qué has hecho?
ZAMUDIO: Lo que he podido.
DIEGO: Humor traes.
ZAMUDIO: Esta alforja
toda la probanza tiene
de lo que he hecho, que viene
de cartas hasta la gorja.
Y por que quién te escribió
sepas en término breve,
ningún príncipe te debe
la carta que recibió.
DIEGO: Al fin, al fin, caballeros.
ZAMUDIO: Todos los señores vi;
cualquier cosa harán por ti,
aunque toques en dineros.
Cartas de favor dará
cualquier de ellos a montones,
que como renunciaciones
las firman a resmas ya.
La grandeza y el valor,
la cortesía y nobleza,
la humanidad y largueza
vive en ellos. Mas, señor,
¿qué traje es éste?
DIEGO: El estado
lo requiere en que me veo.
¿Qué hay de Madrid? Que deseo
saber lo que te ha pasado.
ZAMUDIO: Allá vi a tu doña Flor,
vuelta en plato.
DIEGO: ¿En plato?
ZAMUDIO: Sí;
que en la comedia la vi
puesta en un aparador;
pero no sola esta ingrata
el aparador tenía,
que muchos platos había
y los más de ellos de plata.
Miraba yo desde el banco
en los platos relumbrantes
de almendra y pasa los antes,
los postres de manjar blanco.
Tal fiesta allí se celebra,
que halla cualquier convidado
platos de carne y pescado,
como en viernes de Ginebra.
Al salir se han de servir
los platos de la vïanda,
que al entrar son de demanda,
y de vïanda al salir.
Vieras, mirando a estos platos,
mil mancebitos hambrientos,
cual suelen mirar atentos
carne colgada los gatos.
Ellas no pueden sufrillo,
y por pagarse también
de cuantos abajo ven,
están haciendo platillo.
Su capítulo primero
es si uno regala o no;
segundo, si regaló;
si regalará, tercero;
y con tal gusto y espacio
siguen materia tan mala,
que en regala o no regala
gastan todo el cartapacio.
Mas, ¿cómo con lo que a ti
te ha sucedido estos días
no me atajas?
DIEGO: Divertías,
Zamudio, mi pena así.
ZAMUDIO: ¿Cómo va de sentimiento
con doña Clara? ¿Porfía
en su tema?
DIEGO: Todavía
apellida casamiento.
Si al de Ayamonte heredara,
no estuviera mal casado,
que don Pedro Maldonado,
padre de la hermosa Clara,
de los caballeros es
de blasones más felices.
ZAMUDIO: Misas de salud le dices;
inmortal será el Marqués.
En gran confusión te veo.
DIEGO: Pues ya una traza fabrico
con un encanto de Enrico
para lograr mi deseo,
y venga lo que viniere.
ZAMUDIO: ¿Y eso sin casarte?
DIEGO: Sí.
ZAMUDIO: Pues, señor, ¡Cuerpo de mí!,
todo lo pierde el que muere.
Con razón te determinas;
come, si hambriento te ves,
y mas que salga después
a poder de melecinas.
¡En eso me viera!
DIEGO: ¿En qué?
ZAMUDIO: En hablar cómo Lucía
dé fin a la pena mía
sin que la mano le dé,
que--¡vive Dios!--que no hubiera
en el mundo inconveniente
ni imposible tan valiente,
que por vencer no venciera.
DIEGO: Imítasme de ese modo,
pues en no casarte das.
ZAMUDIO: Señor, si a la corte vas,
lo aborrecerás del todo.
DIEGO: Aquí se quede el amor,
que en su encanto divertido,
de preguntarte me olvido
si viene el pesquisidor.
ZAMUDIO: Ni ha sido nuevo ni injusto;
que en el juvenil cuidado,
¿cuándo el consejo de estado
fue primero que el del gusto?
DIEGO: De lo importante tratemos.
ZAMUDIO: Hablaron al presidente
cuál tu amigo y cuál pariente,
mas pesquisidor tenemos.
DIEGO: ¿Qué me dices?
ZAMUDIO: Que no es hombre
el presidente de ruegos.
Vence a romanos y griegos
de recto y sabio, en el nombre.
DIEGO: ¿Y viene ya?
ZAMUDIO: Atrás quedó;
muy presto aquí lo tendrás.
DIEGO: ¡Qué buena nueva me das!
ZAMUDIO: ¿Y mondo nísperos yo?
A ti y al pesquisidor
traigo cartas por mitad;
para ti las de amistad,
para él las de favor.
Pero dime: ¿qué se ha hecho
don Juan?
DIEGO: Por ser, como ves,
esta cueva para tres
aposento tan estrecho,
y por estar de su casa
cerca la iglesia mayor,
retraído allí, mejor
estos infortunios pasa.
ZAMUDIO: Bien hace.
DIEGO: Quiero leer...
Mas los dos Enricos son
los que vienen.

Salen el MARQUÉS y ENRICO con manteo y sotana y bonete


ENRICO: La opinión
a verme os pudo traer,
pero la verdad no puede
deteneros.
MARQUÉS: ¡Qué humildad!
Bien sé yo que la verdad,
Enrico, a la fama excede.
¡Don Diego!
DIEGO: Señor si da
en honrar con su presencia
esta casa vuecelencia,
claro palacio la hará;
y yo, con visitas tales,
no sólo no sentiré,
mas antes celebraré
por venturosos mis males.
MARQUÉS: En una carta leí
de las que a Lucilio escribe
el gran Séneca, que vive
el sabio dentro de sí;
al cayado y la corona
en la choza y el palacio
le sobra todo el espacio
que no ocupa su persona,
y así ni miro en grandeza
ni en pequeñez de lugar,
porque está con respirar
contenta Naturaleza;
y yo esta cueva sombría
prefiero al palacio rico,
pues aquí de vos y Enrico
se goza la compañía.
¿Qué hay,de negocios?
DIEGO: Señor
la feliz nueva me dad
si ha dado ya libertad
al preso el corregidor.
MARQUÉS: Hasta aquí no lo han dejado
los médicos visitar,
que importa así, por estar
de la herida desangrado;
en estando bien dispuesto,
lo visitaré.
DIEGO: Conviene
la diligencia, que viene
el pesquisidor muy presto.
MARQUÉS: ¿Quién el mensajero ha sido
de esa nueva?
DIEGO: Este crïado,
que hoy de la corte ha llegado.
ENRICO: Zamudio, ¿que ya has venido?
ZAMUDIO: Sí, señor, y no creería,
sin verlo, que preguntara
una cosa que es tan clara
quien sabe nigromancia.
DIEGO: ¡Calla, bachiller!
ZAMUDIO: En artes
por Salamanca lo soy.
MARQUÉS: Según lo que viendo estoy,
lo serás por todas partes.
ZAMUDIO: Los bachilleres aquí
en todas partes lo son,
que es de esta escuela exención.
MARQUÉS: No se perderá por ti.
DIEGO: Perdonad, por vida mía,
a este grosero hablador,
que nunca a los de su humor
obligó la cortesía.
ZAMUDIO: Si antes que a la corte
fuera de bufón me motejaras,
sin duda que me obligaras
a que un desatino hiciera.
MARQUÉS: ¿Qué te obliga a reparar
después que a la corte has ido?
ZAMUDIO: Estar allá muy valido
todo medio de agradar;
la lisonja y el gracejo
en las nubes; necedad
el desengaño y verdad,
la fineza y buen consejo.
DIEGO: ¿Ya satirizas? Detente,
no des en murmurador.
ZAMUDIO: No me detengas, señor,
que--¡vive Dios!--que reviente.
MARQUÉS: Dejadle hablar.
ZAMUDIO: No has estado
en la Corte, que por eso,
aunque en todo eres travieso,
eres en esto avisado.
Llevóme un amigo un día
allá a una junta de hablantes
arrojados e ignorantes,
y el uno de ellos decía,
"Bravas joyas y vestido
ha echado doña Fulana,
mas es hermosa, y lo gana
con preceto del marido."
Codeó mi camarada y dijo,
"El que hablando está,
come de lo que le da
una hija emancipada."
"¡Andar!" dijo otro mocito,
el marido no hace bien,
porque en la ley de Moisén
tal preceto no hay escrito."
Segunda vez codeó
mi amigo y dijo, "El mozuelo
lo sabe bien, que su abuelo
en Granada la enseñó."
"¡Andar!" otro reposado,
con un suspiro profundo
dijo, "Ésos gozan del mundo,
¡ay del pobre que es honrado!"
Vi venir otro codazo,
mas escapéme y salí,
porque a detenerme allí,
sacara molido el brazo.
DIEGO: ¡Que la corte sufra tal!
ZAMUDIO: Pues esto, ¿es mucho? Un letrado
hay en ella tan notado
por tratante en decir mal,
que en lugar de los recelos
que dan las murmuraciones,
sirven ya de informaciones
en abono sus libelos;
y su enemiga Fortuna
tanto su mal solicita,
que por más honras que quita,
jamás le queda ninguna.
DIEGO: ¿Cuándo tuviste lugar
de ver tanto?
ZAMUDIO: ¿Es menester
mucho tiempo para ver
lo que nos ha de enfadar?
MARQUÉS: Al fin, ¿con la corte vienes
enemistado?
ZAMUDIO: No vengo,
que con su grandeza tengo
gran simpatía.
ENRICO: ¿Qué tienes,
Zamudio, por simpatía?
ZAMUDIO: ¿Acaso para saber
traducirla es menester
estudiar nigromancia?
¡Qué falso estáis! Ya sabemos
que sois mágico, mas yo
lo soy también; y si no,
para probarlo, apostemos
que sin quitarme de aquí,
y sin que el pulso me deis,
os digo dónde tenéis
un dolor.
ENRICO: ¿Adónde?
ZAMUDIO: ¡Ahí!

Dale un golpe ZAMUDIO, y señala donde le da


ENRICO: ¡Pagaréismela, a fe mía!
ZAMUDIO: Aquí no os valió la ciencia.
DIEGO: Majadero, la insolencia
no entra en la bufonería.
MARQUÉS: No le riñáis, que no vi
jamás tan raro sujeto.
ZAMUDIO: Soy tan raro, que os prometo
que se vio cuando nací
un caso, que ni se vio
otra vez de Adán acá,
ni otra vez sucederá.
MARQUÉS: ¿Y fue el caso?
ZAMUDIO: Nacer yo.
¡Mamóla!
DIEGO: ¡Qué grosería!
MARQUÉS: ¡Pagaréisla, por mi fe!
DIEGO: Vete a descansar.
ZAMUDIO: Sí haré;
mas será viendo a Lucía.
MARQUÉS: ¡Buenos nos dejas!
ZAMUDIO: Señores,
contra estudiante gorrón,
salmantino socarrón,
non praestant incantatores.
ENRICO: Presto lo veréis.
ZAMUDIO: ¡Lucía!

Sale LUCÍA con manto y una canastilla
cubierta y una bota


LUCÍA: ¡Zamudio!
DIEGO: Mucho me holgara
que este arrogante probara
si vale nigromancía
contra gorrón salmantino.
MARQUÉS: Una burla le he de hacer
bien graciosa.
ENRICO: Para ver
la que yo hacerle imagino,
os retirad a esta parte.
DIEGO: Pues juntos de magia veo
los dos Apolos, deseo
veros ejercer el arte.

Vanse ENRICO, el MARQUÉS y don DIEGO


ZAMUDIO: ¡Tanto ha podido la ausencia!
LUCÍA: Tanto la ausencia ha podido,
que en mi corazón ha hecho
lo que no tantos servicios.
La memoria sin cesar
luchando estaba conmigo,
representando tus hechos
y refiriendo tus dichos.
Al fin hoy, cuando pasaste
por mi calle de camino,
te estaba envïando el alma
a la corte mil suspiros;
mas en viéndote en achaque
de ir a jabonar al río,
para merendar los dos
previne este canastillo.
Ven, por que a orillas del Tormes
haga los peñascos fríos
de mi firmeza y mi gusto
mudos y eternos testigos.
ZAMUDIO: Vamos, mi bien, entre tanto
que a la ausencia sacrifico,
por lo que alcanzo por ella,
lo que en ella he padecido.
Haréle estatua de barro,
pues no puedo de oro fino;
colgaré un gorrón de cera
en su templo, agradecido;
que si un rey a las cebollas
altares y templos ricos,
porque con ellas sanó
de unas cuartanas, les hizo,
más lo merece la ausencia
pues que por ella mitigo
las fiebres de mi deseo
y de tu desdén los fríos.
LUCÍA: A Tormes hemos llegado
sin sentir.
ZAMUDIO: Forzoso ha sido,
que con buena compañía
no se sienten los caminos.

Póngase un canal de dos peañas; la una que sirve de escotillón al tablado. En ésta se sienta Lucía la otra, vara y cuarta en alto, sobre la cual está formada una peña de lienzo, hueca, y en ella está escondido un león. Descubre LUCÍA el canastillo, en cuya boca ha de estar una tablilla de su tamaño, con pan y fruta y tocino fingido


LUCÍA: Debajo de este peñasco,
para estar más escondidos,
a merendar nos sentemos.
ZAMUDIO: ¡Oh, peñasco, paraíso
donde estos postreros padres
tendrán los primeros hijos!
LUCÍA: Fruta de Toro te traigo,
pan de flor, pernil cocido.
Empieza a comer, Zamudio.
ZAMUDIO: Blasphernasti contra el vino,
que fuera de que el lugar
primero le es tan debido,
el fuego ha de estar debajo,
según buenos aforismos,
para hacer el cocimiento.

En diciendo ZAMUDIO "Blasphemasti..." etc., torna a cubrir LUCÍA el canastillo] con el lienzo, y tira de un cordelillo que ha de tener la tablilla secreto, con que se vuelve, y queda hacía arriba carbón, que ha de estar fingido; asienta la canastilla


LUCÍA: Dices bien.
ZAMUDIO: ¿Que hubiera sido
de nosotros a no haber
tantos moros y judíos?
LUCÍA: ¿Por qué?
ZAMUDIO: Porque si en el mundo
todos comieran tocino
y bebieran vino todos,
¿quién alcanzara un pellizco?
¡A la salud de los dos
encantadores Enrícos!
¡Así no puedan vengarse
de mis muecas, sus hechizos!

Toma ZAMUDIO la bota, y al levantarla para beber se la toman de dentro de la peña


¿Qué es esto? ¿Qué es de la bota?
LUCÍA: Yo, ¿qué sé?
ZAMUDIO: Tu la has cogido.
LUCÍA: Búscala.
ZAMUDIO: ¡Válgame Dios!
¿Hala tragado este risco?
Las peñas suelen dar agua,
mas no suelen beber vino.
¡Pues los dos estamos solos!
Ya que la bota he perdido,
al pan y tocino apelo.

Descubre el canastillo, y parece el carbón


Mas, ¿qué es esto? ¡Vive Cristo,
que cuanto estaba en la cesta
en carbón se ha convertido!
LUCÍA: ¿Es esto encanto, Zamudio?
ZAMUDIO: Los mágicos imagino
que andan por aquí. Lucía,
no tengas miedo, bien mío,
que al menos en las personas
no tiene fuerza el hechizo.
Goce yo tus dulces brazos,
que del encanto me río.

Va a abrazar a LUCÍA y húndese y cae el león en su lugar y abrázalo y vase el león


¡Válgame San Anastasio,
San Panucio, San Francisco,
San Hernando, San Gonzalo,
San Baltasar, San Cirilo!
¡Válganme las letanías!

Salen don DIEGO, el MARQUÉS y ENRICO



ENRICO: ¡Tente, Zamudio! ¿Qué has visto?
ZAMUDIO: ¡Guarda el león!
ENRICO: ¿Qué león?
DIEGO: Extremada burla ha sido.
ZAMUDIO: ¿Adónde estoy?
ENRICO: En mi cueva.
ZAMUDIO: ¿No estaba agora en el río?
ENRICO: "Non praestant incantatores
contra gorrón salmantino..."
ZAMUDIO: ¡No imaginé que serían
los magos tan vengativos!
Pescar la merienda, vaya,
y vaya ausentar el vino;
mas hacer brindis al gusto
para deleites lascivos,
y al tiempo de "cierra España,"
en su punto el apetito,
convertir una mujer
en león, y cuando embisto
a tocar manos y labios
topar garras y colmillos,
¡vive Dios que fue mal hecho!
Y el inhumano que hizo
tal metamorfosis, fue,
no burlón, sino enemigo,
y para desagraviarme
lo reto y lo desafío.
MARQUÉS: Tente, que yo quiero hacer
estas paces con Enrico;
y por que salga el remedio
de donde el daño ha salido,
pues por hechizo perdiste
tu dama, por un hechizo
que he de enseñarte, la harás
que ciegue amor sus sentidos.
ZAMUDIO: ¿Ha de haber otro león?
DIEGO: ¡Eso es miedo!
ZAMUDIO: Algún judío
tendrá miedo a los encantos;
que yo creo en jesucristo.
MARQUÉS: Por la fe de caballero,
de cumplirte lo que digo,
si tienes ánimo tú.
ZAMUDIO: ¡Poco sabes de Cupido!
Más animoso seré
que el ingenio más divino
que se atreve a hacer comedias,
después que se usan los silbos.
MARQUÉS: Pues, oye lo que has de hacer.
Hoy da capital castigo
la justicia a un delincuente,
y sus miembros, divididos,
para público escarmiento
han de ocupar los caminos.
Pues como de su cabeza
quites dos dientes tú mismo,
verás rendida tu ingrata.
ZAMUDIO: Dientes tiene el artificio,
porque me puede agarrar
la justicia en el camino,
y ponerme donde sirvan
mis dientes a otros hechizos.
MARQUÉS: En eso yo te aseguro.
ZAMUDIO: Yo no.
DIEGO: ¿No basta decirlo,
necio, el Marqués de Villena?
ZAMUDIO: ¿Es algún joyel de vidrio
la vida, para arrojarla
a tan notorio peligro?
MARQUÉS: Seguro vas con que lleves
en el índice este anillo.
¡Por la fe de caballero!

Dale una sortija


ZAMUDIO: Agora si te acredito;
que aunque tan poca se ve
en los nobles de estos siglos,
es porque toda a la casa
de Girón se ha retraído.

Vase ZAMUDIO


DIEGO: ¿Qué burla hacerle podéis,
tras lo que habéis prometido?
MARQUÉS: ¿Veis todo lo que he jurado?
Pues todo pienso cumplirlo,
y conseguir mi intención.
Porque lo que yo le he dicho
es que irá seguro, y tiene
esa virtud el anillo;
y que si quita dos dientes
él mismo al cadáver frío,
verá rendida su ingrata.
Yo cumpliré lo que digo,
si él los quita.
DIEGO: Pierda el necio,
escarmentado, los bríos.
ENRICO: Sólo despreció las ciencias
quien no las ha conocido.

Vanse todos. Sale un VERDUGO con un varal, y en la punta de él una cabeza; mete el varal, que ha de ser de dos varas, en un agujero en medio del teatro, y vase; ZAMUDIO sale tras él


ZAMUDIO: Verdugo de Barrabás,
¿dónde piensas dar conmigo?
Ya de mi intento el castigo
en el cansancio me das.
La cabeza desdichada,
de su cuerpo dividida,
después de perder la vida,
¿adónde va desterrada?
Gracias a Dios que te plugo
parar, que ya yo temía
que por encanto me huía
la cabeza y el verdugo.
Mas no; su palabra ha dado
el Marqués, y cumplirá
como caballero. Y ya
sus verdades he tocado,
pues que sin ser conocido,
ni aun visto, seguramente
por medio de tanta gente
la ciudad he discurrido.
Demonios son, vive Dios,
los magos: yo lo confieso,
y si no me falta el seso,
no más burlas con los dos.
¡Ay, fregona, en qué me pones!
Mas, ¿quién sino tú podía
ser la Venus, mi Lucía,
de este Adonis de gorrones?
Solo estoy ya. Camarada,
dos dientes me habéis de dar,
pues a mí me han de importar
y a vos no os sirven de nada.
Abrid la boca.

El varal de la cabeza es barrenado hasta la boca; por debajo del teatro pondrán la boca en el barreno, de manera que salga la voz por la cabeza


CABEZA: ¡Ay de ti,
Zamudio!
ZAMUDIO: ¡Cielo! ¿Qué es esto?
¡Ay, Zamudio, en qué te has puesto!
¿No habló la cabeza? Sí.
Húmedo estoy de temor.
Hechiceras animosas,
¿quién os da para estas cosas,
siendo mujeres, valor?
No en balde Enrico me dijo,
"Si tienes ánimo tú..."
Del arte de Bercebú
los efetos me predijo.
Sin duda que es encantada
la cabeza. Puede ser;
mas a mi, ¿qué me han de hacer
todos los hechizos? Nada.
Quéjese, si se quejare
por arte de encantamento;
que yo he de seguir mi intento,
y tope donde topare.
Mas, ¿qué sirve presumir
de valiente, en ocasiones
tan fuertes, que los calzones
no me han de dejar mentir?
¡Animo! Que lo peor
es tener miedo a estas cosas;
que a no ser dificultosas,
¿que hazaña hiciera el valor?

Por el barreno del varal va un hilo de pólvora hasta la boca de la cabeza, donde está un cohete; danle fuego al hilo por debajo del teatro, y en ardiendo, tiran del varal, y húndese debajo del teatro él y la cabeza


¿No lo dije yo? ¡Ay de mi,
señora cabeza, digo
que de todo me desdigo,
y como un cuero mentí.

Vase ZAMUDIO. Salen doña CLARA, rompiendo un papel, y LUCÍA


CLARA: Ya te he mandado, Lucía
mil veces, que no me mates
ni des recados ni trates
de cosas de don García.
LUCÍA: Como preso está, pensé
que algo en el papel trataba
que a su negocio importaba.
CLARA: ¡Buena excusa, por mi fe!
¿Háceste boba? Pues sabe
que el que una vez malo ha sido,
siempre por malo es tenido.
Y para que esto se acabe,
de mí despedida estás
desde el momento, Lucía,
que trates de don García.
LUCÍA: Señora, no lo haré más.
CLARA: ¿Un hombre que es tan amigo
de don Diego, me pretende?
LUCÍA: Él de don Diego no entiende
que trata amores contigo.
(¡Oh, amorosas variedades! Aparte
¡Qué reñidos se apartaron,
y que fácil conformaron
otra vez las voluntades!)
CLARA: ¿Es ya tarde?
LUCÍA: Las diez son.
¿Quieres acostarte?
CLARA: Sí.

Silban dentro


Desnuda...Pienso que oí
un silbo.
LUCÍA: Estos silbos son
de Zamudio.
CLARA: Hablarle quiero.
¿Está mi padre acostado?
LUCÍA: Jugando está embelesado,
los ojos en el tablero,
toda la imaginación
en un lance de ajedrez.
CLARA: Mire la dama esta vez,
que se le arrima un peón.
Abre a Zamudio.
LUCÍA: ¿Entrará
o saldrás al corredor?
CLARA: Que entre Zamudio es mejor,
porque llamarme podrá
mi padre, y no será bien
que me halle fuera de aquí.
LUCÍA: Bien dices.

Vase LUCÍA


CLARA: Amor, por ti
tales excesos se ven.
Por ti la honesta doncella
aventura su opinión,
y el más prudente varón
vida y honor atropella;
el lince te sigue, ciego;
desnudo, a Marte sujetas;
hieren al sol tus saetas,
y vence al suyo tu fuego.

Salen LUCÍA, y ZAMUDIO, disfrazado con una nariz postiza


LUCÍA: Entra quedo, y otra vez
me abraza, y di, ¿cómo vienes
de la corte? ¡Ay, Dios!
ZAMUDIO: ¿Qué tienes?
LUCÍA: ¿Qué es esto, justo jüez?

Quítase ZAMUDIO el disfraz


ZAMUDIO: Vuelva la piedra a su centro.
LUCÍA: Todo te desconocí.
ZAMUDIO: El francés me puso así
por si a la justicia encuentro;
que al disfrazarme, juró,
con un encanto que hacía,
que no me conocería
la madre que me parió.
CLARA: ¡Zamudio!
ZAMUDIO: Hermosa señora!
CLARA: ¿Vienes bueno?
ZAMUDIO: Bueno, y tengo
mil cosas, de donde vengo,
que contar, no para agora.
Si hay lugar, manda a Lucia
que pase del corredor
un cajón, que mi señor
con este papel te envía.
CLARA: Gusto esa nueva me ha dado.
Jugando mi padre está.
Pasar sin riesgo podrá,
sordo está de embelesado.

Vase LUCÍA


ZAMUDIO: ¡Que se pase un año entero
un vicio, absorto en los lances,
cantando antiguos romances
a la orilla de un tablero,
diciendo con mucha flema,
"Jaque, y tome mi consejo,
a huir, que viene Vallejo.
¡Tenga, mire que se quema!"
¿Pues qué? Si da en señalar
con el dedo el ajedrez,
pienso que a muerte otra vez
condena al rey Baltasar.

Salen LUCÍA y un GANAPÁN, con un cajón de la estatura de un hombre; pónelo en pie a raíz del vestuario


LUCÍA: Poned el cajón aquí.
ZAMUDIO: Quedo, no lo hagáis pedazos.
GANAPÁN: Ni son de acero mis brazos,
ni él de pluma, ¡pese a mí!
ZAMUDIO: Id con Dios.
GANAPÁN: Mande vuacé
darnos para echar un trago.
ZAMUDIO: Nunca yo dos veces pago.
GANAPÁN: ¡Cuerpo de Dios! ¿Concerté
subir escaleras yo?
De balde las he subido.
Cuando me dé lo que pido,
¿iráse al infierno?
ZAMUDIO: No.

Dale dinero doña CLARA al GANAPÁN


CLARA: Hablad más bajo, y tomad.
Id con Dios. salga Lucía
con él. Nunca yo querría

Vanse LUCÍA y el GANAPÁN


por ninguna cantidad
con gente baja rüido.
ZAMUDIO: No es justo que un bellacón
salga así con su intención.
CLARA: Siempre al fin queda vencido
el que pide del que da.
Vete a Dios, Zamudio amigo,
que es tarde.
ZAMUDIO: Él quede contigo.

Sale LUCÍA


LUCÍA: ¿Vaste?
ZAMUDIO: ¿Quedaréme acá?
LUCÍA: No sufrirá mi camilla
ancas, Zamudio, que es corta.
ZAMUDIO: Que no las sufra, ¿qué importa,
si tengo de ir en la silla?
LUCÍA: Sin casamiento, no admito
en mi cama convidado.
ZAMUDIO: Tu cama es un buen bocado;
pero casarse es buen grito.
LUCÍA: Pues quien ama y eso niega,
tome lo que le viniere,
que si un gorrón no me quiere,
más de un bonete me ruega.
ZAMUDIO: Pues que con tal condición,
Lucía, te has de vender,
siempre te quieres volver,
al abrazarte, en león.

Vase ZAMUDIO


LUCÍA: ¿Acabaste de leer?
CLARA: Ya he leído.
LUCÍA: ¿Qué invención
es la de aqueste cajón?
CLARA: ¿Tanta priesa?
LUCíA: Soy mujer.
CLARA: Oye, pues, y no te espante
mi pensamiento atrevido,
que siempre el Amor lo ha sido,
y sabes que Soy amante.
Hame contado don Diego
que en la cueva donde está
retraído, hay una estatua
con cabeza de metal,
que, por un secreto aliento
de espíritu celestial,
disuelve, a quien le pregunta,
la mayor dificultad;
dice el estado presente
de los que ausentes están,
y de venideros casos
ciertos pronósticos da.
Pues yo, que en un punto
tengo de mujer curiosidad,
de enamorada temores,
recatos de principal,
para salir de estas dudas
la pretendo consultar,
y fingiendo otros intentos
se la he pedido al Guzmán.
Él, como tiene en la mía
el norte su voluntad,
hoy la estatua me ha envïado,
que en este cajón está;
y en este papel me envía
figurada una señal,
que formándola en su boca,
es la que la obliga a hablar.
Dice que cuando la noche
haya hecho la mitad
de su curso, y las estrellas
vaya escondiendo en el mar,
quien a solas la consulte
grandes misterios sabrá,
y en particular, en cosas
de amor, la cierta verdad,
porque entonces está Venus
puesta en no sé qué lugar,
que es más propicio al encanto
que tanta fuerza le da.
Esto contiene el cajón.
Si tienes qué consultar,
llega conmigo, y haré
la misteriosa señal;
que me has de dejar, Lucía,
sola, si las doce dan;
que quiero de mis amores
saber en qué han de parar.
LUCÍA: ¿Tendrás ánimo, señora?
CLARA: El Amor me lo dará. ¿Y tú?
LUCÍA: Para tales cosas,
¿faltóle a mujer jamás?
¿Hay alguna que no tenga,
si ausente o celosa está,
un poco de echar las habas
y un mucho de conjurar,
el cedacillo, el rosario
--que de eso les sirve ya--
el chapín y la tijera,
espejo de agua o cristal,
las candelillas y sierpe
de cera, que vueltas da
entre el agua y fuego, y prendas
de la dama y el galán?
Mujer hay, que el ir a misa
sola, gran miedo le da,
y a media noche un ahorcado
sabe a solas desdentar.
CLARA: Cierra la puerta, Lucía.
No entre mi padre.
LUCÍA: Ya está
cerrada.

Abren el cajón; parece una estatua con la cabeza de color de metal


¡Ay, Dios! Todavía
me da miedo su fealdad.
El cabello se me eríza;
frío de cesión me da.
CLARA: También estoy yo temblando,
si he de decir la verdad.
Pero ya estamos aquí.

Hácele en la boca a la estatua una señal, como letra, con el dedo


Quiero hacerle la señal.
Pregúntale algo, Lucía.
LUCÍA: Tu preguntarle podrás
que yo no sabré, señora.
CLARA: Confiesas tu necedad,
que en nada se muestra un sabio
como en saber preguntar,
y un necio se manifiesta
preguntando mucho y mal.
Mas pregunta, aunque te yerres.
LUCÍA: Encomiéndome a San Blas.
Señora estatua, yo pido
que me diga cómo está.
CLARA: ¡Qué disparate!
LUCÍA: Escuchemos
la respuesta que nos da.
CLARA: ¿Había de responder
a tan grande necedad?
Aun acá, un hombre rüín,
si se ve en alto lugar,
se indigna de que ninguno
le pregunte cómo está,
y por no dar por respuesta
que está a su servicio, hará
más trazas que un extranjero,
más trampas que un natural.
¿Qué quieres que te responda
esta cabeza, incapaz,
o por bronce o por divina,
de tener enfermedad?
Otra cosa le pregunta,
dificultosa.
LUCÍA: Ya va.
¡Agora sí que has de ver,
señora, mi habilidad!
PEDRO: ¡Hola! Dentro

Cierra doña CLARA el cajón


CLARA: Mi padre llamó.
Véle presto a desnudar,
no se venga acá.
LUCÍA: Yo voy.
CLARA: Cierra esa puerta tras ti,
y si pregunta por mí,
di que ya durmiendo estoy.
LUCÍA: Las doce dan. ¿Volveré?
CLARA: No tan presto, porque quiero
consultar sola primero
mi amor; yo te llamaré.
LUCÍA: Tu miedo mi sangre enfría.
CLARA: Estáte en el corredor,
que si me aprieta el temor,
te daré voces, Lucía.

Vase LUCÍA. Sale luego don DIEGO


Amor y desconfïanza
juntos sin duda han nacido,
que aun del Amor ya creído
es fuerza temer mudanza.
Perdona, don Diego mío,
que como tanto te quiero,
o firmezas desespero
o verdades desconfío.
Mucho me obliga a creer
tu servir y porfïar,
mas no quererte casar
no da menos que temer.
Y así mi temor querría
saber en esta ocasión
la verdad de tu afición
o el engaño de la mía

Abre el cajón, y sale de él don DIEGO, que el cajón ha de tener la espalda también hecha puerta, que se abre hacía el vestuario, de suerte que la gente no lo echa de ver; y así, cuando doña CLARA cierra el cajón, abren la puerta trasera, y quitan la estatua, y entra don DIEGO


CLARA: ¡Ay, Dios!
DIEGO: Mi querida Clara,
no temas: don Diego soy.
CLARA: ¡Jesús!
DIEGO: Sí contigo estoy,
¿qué temes? Muestra esa cara.
Si piensas, señora mía,
que miente esta obscuridad,
para saber la verdad
muestra el rostro, y saldrá el día.
CLARA: ¿Eres don Diego de veras?
DIEGO: Pues, ¿quién otro puede ser
el que se atreva a emprender
por tu amor tales quimeras?
CLARA: Déjame, encanto o visión,
que eras duro bronce agora.
DIEGO: Yo soy la verdad, señora;
que el bronce fue la ilusión.
Por estar aquí Lucía
aquella forma tomé,
porque solo deseé
verte sola, gloria mía;
que a este fin, mis ojos claros,
te escribí que si quisieras
saber nuevas verdaderas
de amor y misterios raros,
en pasando la mitad
de la noche, sola hablaras
con la estatua.
CLARA: ¡Muestras claras
de tu engaño y falsedad!
DIEGO: Que no te he engañado creo,
pues que te vengo a mostrar
altos misterios de amar
y verdades de un deseo.
No son injustos ni extraños,
señora si bien los mides,
en la guerra los ardides
y en el amor los engaños.
De que busque no te enfades,
con un engaño, lugar
quien no lo puede alcanzar
a fuerza de mil verdades.

Abrázase con ella para forzarla


Perdóname, que no quiere
el Amor que espere más.
CLARA: ¡Ah, don Diego, loco estás!
DIEGO: Loco está quien no lo fuere,
donde convida el Amor
con tal gloria.
CLARA: ¡Daré voces,
don Diego! Mal me conoces.
DIEGO: Publica tu deshonor,
que yo, aunque el mundo lo intente,
no puedo ser ofendido,
del encanto prevenido.
CLARA: ¡Mal haya quien tal consiente!
Mas aunque él te ayuda tanto,
de la vitoria confío;
que sobre el libre albedrío
tiene fuerza el encanto.
DIEGO: Tendránla mis fuertes brazos.
CLARA: ¡Vive Dios que he de vivir
honrada, o he de morir
en ellos hecha pedazos!

Éntranse peleando

FIN DEL SEGUNDO ACTO

________________ ________________ ACTO TERCERO________________ ________________

Salen don DIEGO, el MARQUÉS y ZAMUDIO


DIEGO: Señor Marqués, no querría
que diese todo el rigor
del jüez pesquisidor
en el preso don García;
y ya que por vos soltarlo
el corregidor no quiso,
o no pudo, es cuerdo aviso
por bien o por mal librarlo,
y venga lo que viniere.
ZAMUDIO: Todo saldrá en la colada.
MARQUÉS: De ese brazo y esa espada
no hay hazaña que no espere.
DIEGO: En vuestro valor me fío.
MARQUÉS: Pues ya en mandarme tardáis;
que si un amigo ayudáis,
yo un amigo y deudo mío.
DIEGO: Por arte mágica intento
que rompamos la prisión.
MARQUÉS: Presta determinación
da presto arrepentimiento.
Recelo del rey la ira.
DIEGO: Grandes hazañas, entiende
que nunca bien las emprende
el que los peligros mira.
Y el rey, llegado a rigor,
¿qué tanto se ha de enojar?
¿Tan gran delito es librar
a un deudo suyo un señor?
¿Tanta culpa deshacer
el agravio que le ha hecho
el corregidor? Sospecho
que antes os da a merecer.
¿Qué delito ha cometido
contra su rey don García,
qué traición o que herejía?
¿Qué monasterio ha rompido?
De una resistencia, ¿puede
hacer el rey tanto caso?
¿No es cosa que a cada paso
en todo el mundo sucede?
Y cuando fuera mayor
su delito y vuestro exceso
--¡cuerpo de Dios!--para eso
os hizo Dios gran señor.
MARQUÉS: Sí, mas los señores
son de la república espejos.
DIEGO: ¡Qué intempestivos consejos!
¡Qué cordura sin sazón!
¿Llegar a viejo pensáis
sin ser mozo, por ventura?
¿0 para la edad madura
las mocedades guardáis?
Pero no sois menester,
que yo, aunque pobre escudero,
basto solo, y solo quiero
tan justa hazaña emprender.
No de vuestro encantamento
pendiente el remedio está;
que el francés me ayudará
para tan honrado intento;
y cuando no pueda tanto
yo con el arte encantada,
tengo un brazo y una espada
que pueden más que el encanto.
MARQUÉS: Para darle libertad,
más cuerdo medio apercibo,
que será cierto, si escribo
sobre ello a su majestad;
no de otra suerte, que son
en los más grandes señores
más culpables los errores.
Ésta es mi resolución.

Vase el MARQUÉS


DIEGO: ¡Que así se me haya excusado
don Enrique!
ZAMUDIO: Cuerdo es.
¿Qué dice de él el francés?
DIEGO: Largamente ha disputado
de arte mágica con él;
admirado el viejo está,
y después de Merlín, da
a don Enrique el laurel.
ZAMUDIO: ¡Ay de mí, que lo he probado
y vi una cabeza hablar!
Mas acaba de contar
lo que habías comenzado.
DIEGO: ¿En qué estábamos?
ZAMUDIO: Decías
de doña Clara el valor,
cuando por fuerza o amor
sujetarla pretendías.
DIEGO: Yo, pues, con su resistencia
más abrasado me vi,
como a la palma oprimida
el peso ayuda a subir.
Crece en la discorde lucha
el venéreo ardor en mí
y en ella el marcial esfuerzo,
si no tema mujeril.
Entre ruegos y amenazas,
con estar tan ciego, vi
pintar los afectos varios
en su rostro un vario abril;
ya el temor en las mejillas
esparce blanco jazmín;
ya la virginal vergüenza
vierte clavel carmesí;
llora sudor de congoja
el animado marfil,
que es todo el cuerpo a llorar,
si es toda la alma a sentir;
las lágrimas perlas son,
que entre el diamante y rubí
coge el cabello esparcido
en hilos de oro sutil;
éstos imitan los rayos
que el sol derrama al salir
sobre la escarcha de enero
o la floresta de abril.
Cuando con mis fuertes brazos
ciño su cuerpo gentil,
enlazados considero
a Venus y Marte así,
mas con afectos trocados,
porque Venus está en mí
de amoroso, y Marte en ella
de esforzada y varonil.
¿Quién vio la amorosa yedra
a un muro de nieve asir,
o por árbol de diamante
trepar la halagüeña vid?
Su honor opone a mi ruego,
a mi fuerza el resistir,
a mi terneza un demonio,
a mi enojo un serafín.
No sé qué haga perdido;
medios pruebo más de mil;
doyle palabra de esposo,
juro que la he de cumplir...
¿Quién pensara que mujer
que jura morir por mi,
en tal ocasión, con esto
no diera a mis ansias fin?
"No precio palabras," dijo,
"que nunca, don Diego, vi
al que deseoso ofrece,
arrepentido cumplir.
Si ser mí esposo pensaras,
no hubieras venido así,
que no busca malos medios
el que camina a buen fin.
Sí has de casarte, no quieras
que haya yo sido rüin;
y si me engañas, no quiero
quedar sin honra y sin ti.
Y para acabar porfías,
yo me determino aquí,
a no cumplir tu deseo,
o entre tus manos morir."
Con esto, yo en tema el gusto,
y en furia el amor volví,
y determiné forzar,
pues no pude persuadir.
Cogí mi Dafne en los brazos.
Menos la pude rendir,
que hecha un globo de diamante,
tuvo sus fuerzas en sí.
En esto nos halló el alba,
y como la vi reír,
avergonzado y vencido
de la estacada salí.
ZAMUDIO: ¿Qué llamas, señor, vencido
¿Qué dices avergonzado?
¿Quién tan gran honra ha ganado?
¿Quién tal vicario ha tenido?
Si casándote pudiste
gozarla, y no te casaste,
la mayor palma alcanzaste;
que a ti mismo te venciste.
Si el no poderla vencer
por fuerza, te avergonzó,
cosa es que nadie alcanzó
el forzar una mujer.
Propuso un hombre el agravio
de otro que forzado había
una hija que tenía;
mas el jüez, como sabio,
su espada desenvainada
al querellante le dio,
y él con la vaina quedó,
y dijo, "Envaina esa espada."
El jüez aquí y allí
la vaina apriesa movía;
él, que acertar no podía
con la vaina, dijo así,
"¿Cómo he de envainar la espada,
si la vaina no está queda?"
É1 dijo, "Con eso queda
vuestra causa sentenciada."
Así que, si no pudiste
este imposible alcanzar,
consuélate con pensar
que el de vencerte venciste.
¿Y piensas volverla a ver?
DIEGO: Entre el agravio y la pena,
hallo que es mujer tan buena
buena para mi mujer.
ZAMUDIO: No hará poco si te quiere
para marido, señor,
cuando da el pesquisidor
premio a quien te descubriere,
y a quien te encubra, castigo.
DIEGO: ¿Quién esa nueva te ha dado?
ZAMUDIO: Hoy así se ha pregonado;
y está de suerte contigo
airado el corregidor,
que por poderse vengar
jura que ha de aventurar
hacienda, vida y honor.
DIEGO: Pues guárdese de don Diego,
que estoy restado.
ZAMUDIO: Señor,
pienso que fuera mejor
tomar las de Villadiego.

Vanse don DIEGO y ZAMUDIO. Sale don GARCÍA, con prisiones

GARCÍA: Cuando la noche a su amador Morfeo
tiende lasciva el amoroso brazo,
y en su dulce regazo
pierde el cuidado y logra su deseo,
de sus urnas vertiendo celestiales
descanso igual a todos los mortales;
a mí de su licor parte no alcanza,
todo de mis pesares ocupado,
el cuerpo aprisionado,
cautiva el alma, ajena de esperanza,
pues nunca a Clara condolida veo,
ni alivio en mi prisión ni en mi deseo.
Mas, ¿qué súbita luz tan a deshora
de esta prisión la obscuridad desvía?
¿Si ya amanece el día?
Mas ni aquí llega el sol, ni entra la aurora.
Con modo por jamás usado, abiertas
de la cárcel están las duras puertas.

Salen don DIEGO y ZAMUDIO, con una hacha encendida


GARCÍA: ¿Don Diego de Guzmán no es el que veo?
¡Cielos! É1 es. ¿Qué dudo? Amigo caro
decidme, ¿quién tan raro
milagro obró? ¿Es engaño del deseo?
¿Cómo solos abrís en horas tales
los dos tan libremente estos umbrales?
DIEGO: Ya que de vuestro deudo don Enrique
obra el favor ha hecho tan extraña,
no hay imposible hazaña
a que el ánimo yo por vos no aplique;
que no he de estar yo libre, don García,
y preso vos, mitad del alma mía.

Quítale las prisiones


Sacad los nobles pies del hierro duro,
y gozaréis del cielo la pureza;
que no a vuestra nobleza,
Girón, conforma el calabozo obscuro.
GARCÍA: ¡Oh, raro ejemplo! ¡Eternamente cante
la fama al mundo amigo tan constante!
Como la cera al sol, en vuestra mano
el hierro desconoce su costumbre.
No a bramadora lumbre,
no a golpe fuerte del feroz Vulcano
el metal pertinaz así obedece.
DIEGO: ¡Tanto la humana ciencia resplandece!

Sale un PRESO y luego otros dos PRESOS


PRESO 1: ¿Qué es aquesto, santo cielo?
¡Don Diego es! Por Dios, señor,
yo también a tu valor,
del corregidor apelo.
DIEGO: ¿Por qué causa preso estás?
PRESO 1: Don Sancho se ha querellado
de que en su casa me ha hallado
con una hija suya.
DIEGO: ¿Hay más?
PRESO 1: No más.
DIEGO: Injusta querella
don Sancho de ti formó,
porque si ella te admitió,
la que le ha ofendido es ella.
Libre vas.

Vase el PRESO 1; sale el PRESO 2


DIEGO: Tú, ¿por que estás
preso? Dílo brevemente.
PRESO 2: Porque maté un maldiciente.
DIEGO: ¡Que buen gusto! Libre vas.

Vase el PRESO 2; sale el PRESO 3


DIEGO: Y tu, ¿por que?
PRESO 3: Di a un cochero
exento una cuchillada.
DIEGO: Cosa tan bien empleada,
la premiara yo primero.
Libre vas.

Vase el PRESO 3. Sale el ALCAIDE, con llaves y bastón


ALCAIDE: ¿Qué es lo que estoy
mirando, cielos? ¡Abiertas
tan de par en par las puertas!
DIEGO: ¿Quién sois?
ALCAIDE: El alcaide soy.
DIEGO: Callad, si queréis vivir.
Dadme de entradas el libro.
ALCAIDE: (Si de ésta con vida libro, Aparte
religioso he de morir.)

Vase el ALCAIDE


GARCÍA: Don Diego, ¿que es lo que hacéis?
¿Todos los presos echáis?
¿Estáis loco? ¿No miráis
el riesgo a que nos ponéis?
DIEGO: En esto que veis he dado,
y más, si pudiese, haría,
por que quedéis, don García,
del corregidor vengado.
ZAMUDIO: Pague así las obras malas,
y sepa con quién las ha;
que el cuervo no puede ya
ser más negro que las alas.

El ALCAIDE saca un libro lleno de pólvora; pónelo sobre un agujero pequeño del teatro


ALCAIDE: Éste es el libro, señor,
que todo mi cargo encierra.
DIEGO: Poneldo, alcaide, en la tierra.
Decid al corregidor
que don Diego de Guzmán
le quiere dar a entender
cuánto le excede en poder,
que estas obras lo dirán
que haya paz entre los dos,
y pida a su majestad
mi perdón y libertad,
porque si no--¡vive Dios--
que del modo que se abrasa
ese libro, y con querer
solamente, lo hago arder,
lo he de abrasar en su casa!

Dan fuego al libro por debajo del teatro


ALCAIDE: Así lo haré. (Tan extraños Aparte
portentos ¿quién los creerá?
0 se acaba el mundo ya,
o sueño tales engaños.)

Vase el ALCAIDE. Sale ANDRÉS


ANDRÉS: Gran don Diego, el favor vuestro
pide ya quien os le dio,
que el corregidor prendió
a Enrico, vuestro maestro.

DIEGO: ¿Qué dices?
ANDRÉS: Que preso va.
DIEGO: Hoy verá si grato soy.
Libertad le he de dar hoy,
o sin vida me verá.
GARCÍA: Pues, don Diego, ¿qué intentáis?
DIEGO: Juntar mis amigos luego,
y librarlo a sangre y fuego.
GARCÍA: De un abismo en otro dais.

Vase don DIEGO


ZAMUDIO: Pues no es el menor abismo
ver que no se libre a sí
Enrico. Bien entra aquí,
"Médico, cura a ti mismo."
ANDRÉS: Misterios divinos son.
Yo estoy temblando, Zamudio.
ZAMUDIO: No hay sino "Aquí del estudio",
y ande el palo y coscorrón.

Vanse TODOS. Salen doña CLARA y LUCÍA


LUCÍA: ¿Adónde va tu padre tan apriesa?
CLARA: A remediar locuras de don Diego,
que anoche, dicen que por un encanto
las cárceles rompió, y a don García
libró con los demás presos que había.
LUCÍA: ¡Jesús!
CLARA: Pues oye más. Que esta mañana,
en lugar de los reos que ha soltado,
presos los querellantes se han hallado.
LUCÍA: Será por arte mágica.
CLARA: Tras esto,
porque prendió el corregidor a Enrico,
tiene la escuela toda amotinada,
y a quitársele va de mano armada.
Y así partió mi padre, cuidadoso
de dar con el jüez alguna traza
de remediar el daño que amenaza.

Salen don PEDRO y ENRICO


PEDRO: En esta corta casa--¡oh sabio Enrico!--
no el preso habéis de ser, sino el alcaide.
ENRICO: Vuestra nobleza mi pesar alivia.
PEDRO: Clara...
CLARA: Señor...
PEDRO: Regala al noble Enríco,
que es nuestro huésped.
ENRICO: Vuestro humilde preso.
PEDRO: Y porque al punto ha de partir el propio
que se despacha al rey sobre estos casos,
y el regimiento me encargó su carta,
para entrar a escribir me dad licencia.
ENRICO: Vuestro es el mando, mía la obediencia.

Vase don PEDRO


CLARA: ¿Cual, Enrico famoso, fue el suceso
que os ha traído a nuestra casa preso?
ENRICO: Como el pesquisidor, hermosa Clara,
me prendió, y el estudio amotinado
resuelto a darme libertad marchaba,
salió al encuentro vuestro noble padre,
y para asegurarlos, ofrecióles
de parte del jüez que me tendría
en vuestra casa preso, más seguro
de su rigor, en tanto que a su alteza
se consulte el remedio de estos daños.
Don Diego de Guzmán, que era el caudillo,
en viendo a vuestro padre, respetóle
y el partido acetó, poniendo luego
en el estudio universal sosiego.
CLARA: Gracias doy a la suerte, que ha querido
honrar mi casa.
ENRICO: Mi ventura ha sido.
CLARA: Y ya que en ella por mi dicha os veo,
espero ver cumplido mi deseo.
ENRICO: Hablad, pues, bella Clara, que no hay cosa,
como vos la queráis, dificultosa.
CLARA: El gran poder que vuestra ciencia alcanza,
según la fama, anima mi esperanza.
ENRICO: Segura de mi fe, podéis mandarme,
que serviros de mi sera obligarme.
CLARA: Qué estado he de tener, saber querría.
ENRICO: Un número escoged.
CLARA: Escojo veinte.
ENRICO: Las seis son. Casaréis dichosamente,
según la judiciaria astrología.
CLARA: ¿Sabré con quién? Que sólo el que desea
el alma, hará que venturosa sea.
ENRICO: ¿Queréislo ver?
CLARA: Mi pecho se holgaría.
ENRICO: Venga un espejo.
CLARA: Sácale, Lucía.

Vase LUCÍA


(Si no es don Diego, cielo soberano,Aparte
no quiero vida, no, para otra mano.)

LUCÍA saca un espejo de dos tapas. En la una está la luna sola, y tras ésta hay otra que tiene debajo un retrato de don DIEGO, y entrambas salen y entran


LUCÍA: El espejo está aquí.
ENRICO: Mostralde. Clara,
¿Qué veis agora en él?

Quita la tapa


CLARA: Mi misma cara.
ENRICO: Echalde vos la tapa.
CLARA: Ya la he echado.

Ciérrale


ENRICO: Mirad hacia el oriente.
CLARA: Ya he mirado.
ENRICO: Formad una B encima con el dedo.
CLARA: Ya la formé.
ENRICO: ¿A quién veis en él agora?

Corre la tapa y la luna primera, y queda la del retrato


CLARA: Miro a don Diego, a quien el alma adora,
LUCÍA.: ¿Qué dices?
CLARA: Que a don Diego mismo veo.
LUCÍA: ¡Oh, si viera también lo que deseo!
ENRICO: ¿A quién quisieras ver?
LUCÍA: Sólo querría
ver a Zamudio.

Sale ZAMUDIO


ZAMUDIO: Mi señor me envía
a saber cómo estás.
LUCÍA: ¡Cielo! ¿Qué es esto?
¿Cómo el encanto lo formó tan presto?
CLARA: Mi padre ha escrito ya.
ENRICO: Al señor don Diego
decid que con tan bella prisionera
con gusto siglos mil preso estuviera.

Vase ENRICO


ZAMUDIO: Un recado te traigo a ti, señora.
CLARA: Mi padre sale; es imposible agora.

Vase doña CLARA


ZAMUDIO: Óyeme tú.
LUCÍA: ¡Jesús!
ZAMUDIO: ¿Con qué te espanto?
LUCÍA: Con que no eres Zamudio, sino encanto.
ZAMUDIO: Loca estás.
LUCÍA: ¡Suelta!
ZAMUDIO: ¿Estos favores medro?
LUCÍA: Encantada figura, vade redro.

Vase LUCÍA


ZAMUDIO: ¡Otra es ésta! Sin duda, mi Lucía,
que me persigue Enrico todavía.
Mas en esto me deja consolado,
que si figura soy, soy encantado;
y hay más de veinte mil, si bien lo apuras,
que sin ser encantados, son figuras.

Vase ZAMUDIO. Salen el MARQUÉS y don GARCÍA


GARCÍA: ¿Qué tenemos?
MARQUÉS: Don García,
malas nuevas. Doña Clara
en su rigor se declara;
y tanta fue mi porfía,
que siendo honesta doncella,
a confesar la obligué
que tiene puesta su fe
en don Diego, y él en ella.
A este punto vi cerrado
el puerto a vuestra intención
que a don Diego no es razón,
cuando así os tiene obligado,
ofender.
GARCÍA: ¡Ah, ingrata fiera!
MARQUÉS: ¿Qué decís?
GARCÍA: Que según siento
no poder seguir mi intento,
de mejor gana estuviera
con mi esperanza en prisión,
que libre y desesperado,
si la libertad me ha echado
en tan dura obligación.
MARQUÉS: Al fin palabra le di,
tierno a su belleza y ruego,
de efectuar con don Díego
el casamiento.
GARCÍA: ¡Ay de mí!
¿Qué decís?
MARQUÉS: Tomó ocasión
de habérseme declarado,
y vime al fin obligado.
Ya sabéis cuán fuertes son
con un mozo caballero
ruegos de hermosa mujer.
GARCÍA: Vos, señor, sabéis hacer
famosamente un tercero.
MARQUÉS: Es oficio de discretos,
y sabéis que no lo soy.
GARCÍA: ¿Qué hay de nuestros pleitos?
MARQUÉS: Hoy
esperamos los efetos
de lo que al rey escribió
en lo que toca al motín.
GARCÍA: ¿Prométenos triste fin
vuestra ciencia, Marqués?
MARQUÉS: No.
Mas decidme, ¿cómo os va
en esta iglesia?
GARCÍA: Aunque soy
cristiano, palabra os doy
que me va cansando ya.
MARQUÉS: Paciencia, que brevemente
ver el fin dichoso entiendo.
GARCÍA: ¿Quién lo dudará, teniendo
tal amigo y tal pariente?

Sale un CORREO, con un pliego


CORREO: Dame a besar esos pies,
gran don Enrique.
MARQUÉS: Mancebo,
bien venido. ¿Qué hay de nuevo?
CORREO: Suplicarte que me des
de don Diego de Guzmán
noticia, que lo he buscado,
y a cuantos he preguntado
por el, en decirme dan
que a ti venga a preguntarlo.
MARQUÉS: ¿Para qué lo buscas?
CORREO: Quiero
darle una nueva, que espero
que no poco ha de alegrarlo.
MARQUÉS: Dímela.
CORREO: Desde la corte
por las albricias volando
he venido.
MARQUÉS: Yo las mando,
como la nueva le importe.
Éstas gana, que después
don Diego te las dará.
CORREO: Con ese partido va.
Don Diego de Guzmán es
marqués de Ayamonte.
MARQUÉS: ¿Queda
muerto su tío?
CORREO: Murió.
MARQUÉS: Pésame del que faltó,
mas alégrame el que hereda.
Dame el pliego, y no le des,
hasta avisarte, la nueva.
CORREO: ¿Y si las albricias lleva
otro?
MARQUÉS: Yo por el marqués
en su casa te prometo
el oficio más honrado.
Por mi ya las he mandado.
CORREO: Digo que tendré secreto.

Salen ZAMUDIO y don JUAN


ZAMUDIO: Llegó anoche la respuesta,
y hoy el jüez ha mandado
que en esta iglesia mayor
se junten los catedráticos
de la santa teología,
y que la lección cesando,
toda la universidad
se halle presente al acto.
El intento no se sabe;
mas presto a saberlo aguardo,
pues que ya a coger lugar
corre el pueblo alborotado.
JUAN: Ya viene el pesquisidor,
y ya los doctores sabios,
luz del mundo, honor de España.
A esta capilla me aparto.

Salen don DIEGO, don PEDRO, doña CLARA y LUCÍA, tapadas. Tocan trompetas y atabales; salen ENRICO con capirotes y borla azul; el PESQUISIDOR con capirote y borla verde o colorada; un FRAILE domínico o clérigo con capirote y borla blanca; siéntase el PESQUISIDOR en una silla en medio, a su lado derecho el FRAILE en otra, y al izquierdo ENRICO en un banco


DIEGO: Bien estaremos aquí.
MARQUÉS: A esta parte retirados
para no ser conocidos.
PEDRO: ¿Estáis bien?
CLARA: A gusto estamos.
PESQUISIDOR: Sabiendo su majestad
que por la mágica ciencia
se causan tantos excesos,
por su provisión ordena
que en esta junta de sabios
se dispute y se confiera
si es lícita o no la magia,
y qué fundamentos tenga;
y esto en presencia de todos,
queriendo que todos vean
la verdad, para que aprueben
su rigor o su clemencia.
Proponed, pues, sabio Enrico,
argumentos. en defensa
de esta ciencia que enseñáis.
ZAMUDIO: Famosa ocasión es ésta
para los hombres que saben.
ENRICO: Propongo de esta manera:
toda ciencia natural
es lícita, y usar de ella
es permitido; la magia
es natural; luego es buena.
Pruebo la menor. La magia
conforme a Naturaleza
obra; luego es natural.
La mayor así se prueba.
De virtudes y instrumentos
naturales se aprovecha
para sus obras luego obra
conforme a naturaleza.
Probatur. Obra en virtud
de palabras y de yerbas,
de caracteres, figuras,
números, nombres y piedras;
todas estas cosas tienen
natural virtud y fuerza;
luego quien por ellas obra,
obra por naturaleza.
Virtud tienen las palabras;
que bien lo prueba la Iglesia
que tantos milagros hace
y sacramentos con ellas.
Tienen con sus mismas cosas
natural correspondencia
los nombres que puso Adán;
luego virtudes encierran.
No volver suele un dormido
a un tiro que el aire atruena,
y al sonido de su nombre,
dicho muy quedo, despierta.
A los signos celestiales
los caracteres semejan,
y ellos por la simpatía
les comunican su fuerza,
como si en dos instrumentos
de una consonancia mesma
el uno tocan, el otro,
sin tocarle, también suena;
como el sol en los espejos
hiere y su luz reverbera,
y como el eco nos vuelve
las voces de entre las peñas.
Los números, ¿quién no sabe
que tienen virtudes ciertas?
En la música, la octava,
la sexta, quinta y tercera
y sus compuestos dan gusto;
todos los demás disuenan,
y la consonancia puede
hasta en los brutos y peñas.
El número septenario
honró Dios, virtud encierra;
y tiene en contados días
su crisis cualquier dolencia.
¿Quién no sabe que hay virtudes
en las piedras y en las yerbas?
Esto dejo por notorio;
con que bien probado queda
que la magia es natural,
pues lo son los medios de ella;
y con esto, de que es justa
se prueba la consecuencia.
Añado más; si a los brutos
dio el cielo virtudes ciertas,
al lobo, de enronquecer
al que mira, si antes llega;
que el basilisco mirando mate;
al gallo que le tema
el león, y al elefante
un ratoncillo amedrenta,
¿qué mucho que estas virtudes
por arte o naturaleza
tenga el hombre, rey de todos,
y criatura más perfeta?
Demás de esto, al primer padre
le dio Dios aquesta ciencia,
y a Salomón la infundió,
como mil santos lo prueban.
Pues, cosa mala por sí,
no es posible que la diera
Dios, fuente de sumo bien;
luego la mágica es buena.
Dije.
UNO: ¡Enrico, vítor! Dentro
OTRO: ¡Vítor! Dentro
OTRO: ¡Cola! Dentro
OTRO: ¡Mientes! Dentro
MARQUÉS: Agudeza
tienen. sus proposiciones.
DIEGO: Es luz de nuestras escuelas.
PESQUISIDOR: Responda el señor doctor.
FRAILE: ¡El cielo adiestre mi lengua!
Toda regla general
es peligrosa y incierta,
y usando de divisiones
se declaran las materias.
La mágica se divide
en tres especies diversas:
natural, artificiosa
y diabólica. De aquéstas
es la natural la que obra
con las naturales fuerzas
y virtudes de las plantas,
de animales y de piedras.
La artificiosa consiste
en la industria o ligereza
del ingenio o de las manos,
obrando cosas con ellas
que engañen algún sentido,
y que imposibles parezcan.
Éstas dos lícitas son,
con que este modo no excedan;
mas con capa de las dos
disimulada y cubierta,
el demonio entre los hombres
introdujo la tercera;
que el mal que quiere engañar,
con mascara de bien entra;
que no pudiera viniendo
con la cara descubierta.
La diabólica se funda
en el pacto y convenencia
que con el demonio hizo
el primer inventor de ella.
Pruébolo así: por virtud
de palabras esta ciencia
obra prodigios, que admira
la misma Naturaleza;
luego los obra en virtud
del pacto implícito en ellas,
contraído del demonio.
Pruébase la consecuencia;
ninguna cosa corrompe,
engendra, muda ni altera,
si no tiene acción real
para hacer en quien padezca;
las palabras no la tienen,
ni puede de cuerpos y ellas
darse contacto real;
luego ni cuerpos ni esencias
alteran naturalmente;
luego es forzoso que tengan
fuerza sobrenatural.
No les ha dado Dios ésta;
luego dársela el demonio
es fuerza que se conceda.
Más; si en las mismas palabras
esta virtud estuviera,
dichas por cualquiera, obraran,
sin el arte, por sí mesmas,
como el hielo siempre enfría,
el fuego siempre calienta,
tal vez a nuestro pesar,
por ser su naturaleza;
es así que las palabras
que el arte mágica enseña
no obran sin la intención
del que obrar quiere con ellas,
o sin mirar a tal parte,
bajar o alzar la cabeza;
luego si obran, no es por si,
sino por virtud ajena.
El argumento traído
de lo que en la santa iglesia
pueden las palabras,
hace mi opinión mas verdadera,
pues obran por la virtud
que la Majestad eterna
les dio cuando instituyó
sus sacramentos en ella;
luego no obraran por sí
si esta ley no les pusiera;
y en requerir la intención
del que las dice, se muestra
que ellas no tienen por sí
natural virtud ni fuerza
en caracteres, figuras,
líneas, señales y letras.
¿Quien duda que sus efectos
de aqueste pacto procedan?
Pruébolo. Decís, Enrico,
que por lo que se semejan
a los signos celestiales,
reciben de ellos su fuerza;
luego los signos mejor
esos efectos hicieran
obrando inmediatamente
en las humanas materias;
no los hacen, sin que en ellos
tal carácter intervenga;
luego el carácter no obra
por celestial inflüencia.
Demás de que aquesos signos
que figuramos estrellas
son un ente de razón,
no figuras verdaderas;
que ni hay Escorpión, ni hay Osas,
y no habrá quien no conceda
que lo que no es no puede
en lo que es tener agencia.
Fuera de esto, al caracter
añade palabras ciertas
el mágico para obrar;
luego no está en él la fuerza.
Añado más. ¿Qué virtud,
qué actividad, qué potencia
tiene un caracter inútil,
corta línea o breve letra,
para formar de repente
nubes, truenos, valles, sierras,
cosas que sin mucho espacio
no puede naturaleza?
Luego si su modo exceden,
los obran algunas fuerzas
sobrenaturales; luego
diabólica inteligencia.
Los argumentos que Enrico
ha propuesto en su defensa
son falsos, que en los espejos,
el eco y cónsonas cuerdas,
por percusiones reales
obra la Naturaleza.
Que entre otras ciencias tuviesen
Salomón y Adán aquésta,
es verdad; pero tuvieron
las dos especies primeras,
natural y artificiosa;
mas la tercera se niega.
Que tengan los animales
ciertas virtudes secretas,
concedo; pero también
el hombre muchas encierra,
y la virtud natural
de las cosas no se niega.
Los números y los nombres
son una cosa discreta,
ni sustancia ni accidente;
luego para obrar sin fuerzas
en la música las voces,
en tal número consuenan,
mas no del número nace
esta consonancia en ellas;
y así es forzoso afirmar
lo que muchos santos prueban,
que es ilícita, pues obra
por el demonio esta ciencia.
VOCES: ¡Víctor, víctor, víctor, victor! Dentro
OTRO: Concluyóle. No hay respuesta. Dentro
PESQUISIDOR: ¿Qué dice Enrico?
ENRICO: Yo digo
que tienen tanta agudeza
los contrarios argumentos,
que convencido me dejan.
PESQUISIDOR: Según eso, ¿confesáis
que es arte mala y perversa
la magia?
ENRICO: Así lo confieso.
PESQUSIDOR: Oíd, ilustre nobleza,
estudiosa juventud
de esta celebrada Atenas,
cómo ser la magia mala
su dogmatista confiesa.
Esto que veis ha ordenado
su majestad por que vea
esta escuela la justicia
con que estas artes condena,
porque así no habrá ya alguno
que la estudie ni defienda;
lo cual en todos sus reinos
prohibe con graves penas
con eso su majestad,
teniendo esperanza cierta
de que en pechos tan leales
habrá la debida enmienda.
Por mostrar el grande amor
que tiene a aquestas escuelas,
todas las culpas pasadas
del motín y resistencia,
del rompimiento de cárcel
y el echar los presos de ella,
perdona a los delincuentes,
y encarga que en recompensa
de esta merced, sus justicias
le respeten y obedezcan.
DIEGO: Su majestad, que Dios guarde,
y el cetro mil siglos tenga,
de vasallos hace esclavos
con tan humana clemencia.
GARCÍA: La hacienda, la sangre y vida
le ofrezco yo en recompensa.
JUAN: A un rey tan amable y santo,
¿quién habrá que no obedezca?
ZAMUDIO: Bailo, danzo, brinco y salto.
ENRICO: ¡Viva el Rey edad eterna,
que obedecerle protesto!
PEDRO: Obra es de sus manos ésta.
MARQUÉS: Nunca menos prometió
su santidad y prudencia.
CLARA: Parabién, don Diego, os
doy de la libertad.
MARQUÉS: Y de ella
el sí de este casamiento
yo por albricias merezca.
DIEGO: Ya yo os he dicho, Marqués,
que lo impide mi pobreza,
y esto es amor que le tengo.
MARQUÉS: Si solo topa en la hacienda,
aquesa palabra tomo.
Ved esa carta, que en ella
vereis que ya no podéis
negar lo que Clara intenta.
Marqués de Ayamonte sois.
CLARA: ¡Por muchos años lo seas!
DIEGO: A ti toca el parabién.
Tú eres, mi bien, la que heredas,
pues siendo marqués, soy tuyo,
si tu padre da licencia.
PEDRO: Yo soy en ello dichoso.
ZAMUDIO: Vusía, pues, le conceda
a Zamudio que le dé
la mano a su camarera;
que pues casable se ha hecho,
no es mucho que yo lo sea.
LUCÍA: Yo soy tuya.
MARQUÉS: Y porque es justo
que el noble auditorio sepa
por qué dicen que engañó
el gran Marques de Villena
al demonio con su sombra,
oíd, la razón es ésta.
Como el marques estudió
esta diabólica ciencia,
tuvo el infierno esperanza
de su perdición eterna;
mas murió tan santamente,
que engañó al demonio,
y ésa es la causa porque dicen
que con la sombra le deja.
Dicen que entregó su cuerpo
a una redoma pequeña
porque en un sepulcro breve
incluyó tanta grandeza.
Que quiso hacerse inmortal,
dicen, porque su nobleza,
su saber y cristiandad
alcanzaron fama eterna.
Y con esto demos fin
a la historia verdadera
del principio y fin que tuvo
en Salamanca la cueva,
conforme a las tradiciones
más comunes y más ciertas.

_______________ _______________ FIN DE LA COMEDIA _______________ _______________

Así va la discusión

Contestar mensaje en el Foro 'Colaboraciones'

Autor:

Título:

E-Mail:

Web:

Mensaje: