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Participa / Foros / Blogs / Los “Aperaores”

Autor: Fernando
Fecha: 09/09/2006 06:18:55

Y ya que he mencionado a los talleres de “aperaores” en este relato, no puedo por menos que recordar a aquellos verdaderos artesanos de la madera en su labor diaria de fabricación de carros y carretas, así como todo tipo de “aperos de labranza”, de ahí su nombre.

Cuando tenía tiempo, uno de mis pasatiempos favoritos, era observar la certeza de sus golpes de hacha para moldear la madera, que luego era rematada con la azuela y la escofina o el cepillo.

Las “mazas” de los carros (soporte de las “cañoneras” que luego girarían alrededor del eje), eran verdaderas obras de arte porque, una vez torneadas en el rudimentario torno, accionado a pedal, tenían que hacerles los huecos simétricos, a su alrededor, para el alojamiento de los “rayos” o radios que, a su vez, se incrustaban en las piezas que conformaban la rueda de madera (“pinas”) que luego recubriría el aro metálico. ¡Ho el aro metálico!. Aquello si que era todo un espectáculo. Desde su conformación como tal aro, partiendo de una tira de hierro de unos dos centímetros de grosor por unos diez de ancho que los herreros iban dando forma, calentando pequeños tramos en aquellas fraguas de dos fuelles y golpeando (“machando”) y dirigiendo con su martillo el sincronismo de los “machos” que manejaban un par de ayudantes, con determinados repiqueteos sobre la “bigornia”.

Pero lo verdaderamente espectacular era ver como se acoplaba aquel pesadísimo aro metálico al armazón de madera.

La operación previa consistía en calentar el aro de hierro, para lo cual se colocaba sobre tres o cuatro piedras, a una altura de unos veinte centímetros del suelo, y se rodeaba toda la pieza metálica con “boñigas” de vaca secas, hasta taparla, y a continuación se prendía fuego a tan singular combustible, cuyo poder calorífico quedaba demostrado tras algunas (bastantes) horas de quemarse paulatinamente, hasta conseguir poner el hierro al rojo vivo. La vigilancia debía ser casi constante para ir reponiendo los huecos que se producían en zonas en que la materia prima, al estar más seca, se quemaba antes; pero el resultado final, era un aro enorme y pesado, dispuesto para acoplarse al armazón de madera que formaba la rueda, que, previamente, se había puesto sobre unos “burros” o soportes de madera.

El aro al rojo, se retiraba del fuego mediante unos largos “gatos” , que portaban cuatro operarios y lo situaban, con toda la precisión posible, sobre la rueda de madera, en la que lo dejaban caer, para, inmediatamente, empezar a apalancar, con dichos “gatos” de forma que fuese abrazando todo el contorno simultáneamente y cuando el ajuste se consideraba perfecto, en medio de la humareda, se procedía al enfriamiento del repetido aro metálico, por medio de “calderetas” de agua que había previstas. La contracción del metal, al enfriarse, hacía un ajuste casi perfecto que, posteriormente se refinaría por medio de azuelas y escofinas. ¡Todo un arte!

Otro de los “aperos” que me gustaba ver hacer era el yugo de las vacas que, en la mayoría de los casos, eran verdaderas obras de arte, porque, aparte de sus dos arcos armoniosos de cada lado, los alojamientos de las “coyundas” y la “argolla” metálica destinada a soportar el “timón” de los arados, eran admirables los adornos que hacían en la madera, alrededor de las iniciales del propietario a que iba destinado.
Las “coyundas” eran larguísimas tiras de piel, de unos tres o cuatro centímetros de ancho, que servían para uncir las vacas o bueyes al yugo posado en el testuz; operación que requería fuerza y habilidad.

Los “dentales” eran otro de los artilugios de madera que servían para soportar la reja metálica de los arados que, formando conjunto con el “estebón” y las cuñas, iban alojados en las “camas” metálicas (las he conocido de madera) que, a su vez, iban unidas al “timón”. Pero todo esto terminó con el progreso que supuso la llegada de “las vertederas”.....

Nota:
Antes de que nadie proteste por el uso que hago de los “motes” o sobrenombres, pido perdón a quien se pueda sentir molesto; pero la verdad es que sin su uso, estos recuerdos no tendrían la emotividad que siento al escribirlos.

Pido perdón, una vez más, y espero que, al menos los de mi edad y próximos a ella revivan en su mente aquellos felices días de nuestra niñez.

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