¡Cuanta razón tiene Juan! y ¡como han cambiando las cosas desde entonces! Había gente muy pobre y había gente mejor situada; eran dos estatus.
Los más ricos, los señoritos, no vivían en el pueblo, vivían en Trujillo o en la capital; eran los que iban al casino; eran los dueños de los latifundios y de las grandes dehesas, y venían raramente al pueblo a visitar sus posesiones. Ellos no se mezclaban con la clase humilde. Apenas hablaban con la clase mejor situada del pueblo que eran los mayorales, los encargados de llevar las fincas y con nadie más, ni siquiera con el alcalde, el cura o demás autoridades.
Como dice Juan, en el pueblo convivían dos o tres clases (desde los más ricos a los más pobres puedes establecer toda la gama de categorías que quieras). Los que mejor vivían (aunque no tan bien como los pobres de ahora) constituían una especie de estatus de clase o privilegio que les separaba de los más pobres; eran las autoridades: el alcalde, el médico, el maestro, el veterinario, el farmacéutico, el practicante, el cura, la guardia civil, el juez, el secretario del ayuntamiento, algunos comerciantes, los encargados de las fincas (¿mayorales?). Es decir, los funcionarios, asalariados con empleo fijo oficial.
Luego estaba el resto de la población: pequeños propietarios, agricultores por cuenta propia y ganaderos, comerciantes, albañiles, carpinteros, herreros, barberos, zapateros… Podía ser esta la ‘clase media’. Podría, pero en la situación económica de entonces cualquiera les calificaría de pobres. Vivían el día a día y salían adelante como podían. Combinando distintas labores. Tenían su huerto, su matanza, sus gallinas, etc.
Por último la más pobre: Agricultores por cuenta ajena, peones, pastores, porqueros, segadores, esquiladores… según la época del año, la situación laboral, siempre eran ellos los que más sufrían las consecuencias de la escasez, el mal tiempo… algunos, incluso tenían que poner a trabajar a sus hijos, a muy corta edad, para echar una mano en la familia sin que pudieran ir a la escuela. No eran muchos los que no podían dejar ir a los niños a la escuela. En el pueblo siempre se ha hecho lo imposible por conseguir una mínima formación para los más pequeños. Cuando no se les ha podido dejar ir ha sido porque la penuria económica llegaba a límites extremos.
Me acuerdo de tió “Grabiel” (por Gabriel) y su mujer. Las personas más humildes, pobres, trabajadores y buenas personas. Vivir en chozos por el verano cuidando rebaños, haciendo toda la cosecha llevando su huerta y su casa de la Rivera por una miserable participación en los beneficios de su propio trabajo… Llegó un momento que todo esfuerzo era en vano. La agricultura no daba dinero y menos por cuenta ajena.
Un último grupo, los más ‘atrasados’ socialmente eran los que vivían en el campo, en caseríos, en chozos ligados a las dehesas, ‘atados’ al campo, casi sin libertad para decidir su propio futuro y desligarse de la finca y del ‘señorío’. Restos de la sociedad feudal. Para estos era mucho más difícil la posibilidad de integrarse a la escuela por las distancias. Eran los más ‘atrasados’, no sé si los más pobres, y los peor considerados socialmente. Aunque había excepciones. Timoteo lo puede contar, que se tenía que desplazar todos los días desde el campo y acabó haciendo estudios superiores (claro que su ‘finca’ estaba sólo a kilómetro y medio del casco urbano).
Aquella era la sociedad que habíamos heredado. No fuimos los culpables, sino partícipes de su destrucción. El ansia de aprender, el afán para que los hijos no sufrieran las mismas penalidades que los padres, el recurso a la emigración, el cambio de la sociedad mayoritariamente agrícola a industrial y cierta suerte por vivir en la época que hemos vivido han contribuido a deshacer esos entuertos. Y de ello todos estamos muy orgullosos.