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Participa / Foros / Cuentos y narraciones / Un viaje al pasado.

Autor: Adrian
Fecha: 20/05/2008 03:51:58

Al principio de los tiempos, recién terminada la creación, la Tierra estaba dividida en tres partes bien diferenciadas: El Monte, La Sierra y La Tiesa.

El Monte

El Monte era el centro del mundo, el paraíso terrenal, la región más rica y hermosa. Sus suelos estaban regados permanentemente por las aguas cristalinas del río del mismo nombre. Allí se concentraba el 90% de la población del planeta: Adán, Eva, sus hijos, sus amantes y pocos más. El mundo civilizado serpenteaba sobre una larga franja de terreno que se extendía al compás de los ondulantes cauces del río y sus afluentes; desde la Sierra hasta el mar infinito. El agua, la vegetación de su ribera y su abundancia piscícola posibilitarían una población numerosa que se protegía en los cerros y se refugiaba al calor de los valles.

Ciertos poblados tapizarían la región de El Monte. En su centro emergió una gran ciudad, hermosa e inaccesible, donde residía la clase dirigente, el Gran Cacique y su cohorte de magos y mandones, con sus familias, siervos, criados y esclavos. Era un mundo jerárquico y organizado donde cada elemento sabía cual era su posición y se comportaba en correspondencia con ella. El jefe mandaba. el criado obedecía, el esclavo trabajaba para mayor gloria de su amo y de toda su estirpe de mandamases.

La vía principal transcurre paralela al Río Monte desde las montañas, al Este, hasta su desembocadura en el Tajo. El valle, aunque estrecho, es fértil, rico en árboles frutales y hortalizas. Fresco en verano, y protegido y cálido en invierno. Los espigones que forman las desembocaduras de los arroyos con el río están ocupados por castros y fortificaciones de los señores de la guerra que gobiernan sobre personas, animales y cosas.

Nadie se queja en el Monte.

La Sierra

La Sierra es la parte alta y fría. Se extiende desde la Tiesa hasta las nubes.

Arriba, desde las cumbres más elevadas de la Sierra, en los días claros, se divisa la inmensa extensión de la Tiesa, surcada en el centro por la región de El Monte.

En la Sierra se refugian los bandidos y la gente más atrasada que viven de la recolección de frutos silvestres y de la caza de animales salvajes. No hay orden social, ni jerarquía. El libre albedrío, la fuerza bruta y la ley del más fuerte son las reglas que imperan en esas demarcaciones. Cuevas o rústicas terrucas, enclavadas en sitios inaccesibles, son las viviendas de los habitantes de la Sierra, que no desperdician ninguna ocasión de asaltar incautos viajeros o de atacar, si se tercia, poblados enteros, cuando la necesidad y la miseria arrecian.

En la Sierra, la gente sobrevive.

La Tiesa

La Tiesa, por el contrario, es la gran extensión que lo cubre todo; desde El Monte hasta la Sierra; desde los riberos hasta el Horizonte. Inmensos campos repletos de vegetación salvaje, encinares, zarzas, cereales... Animales herbívoros, de todas las especies, pastan libres por las inmensas explanadas. Animales carnívoros pululan por toda la región, compitiendo, a veces, con el hombre en su búsqueda del alimento consuetudinario.

La densidad de la población de la Tiesa es muy escasa. Sus habitantes son nómadas por excelencia. No hay poblaciones estables, ni asentamientos perpetuos donde se pueda vivir permanentemente, pues los recursos se agotan en breve tiempo y hay que cambiar de lugar, hasta que el antiguo se regenera. Se trata de agrupaciones pequeñas de personas que viven en chozos, del pastoreo y de lo poco que da el campo. Cuando han terminado con las existencias y agotado los pastos de un determinado área, recogen lo que les sirve y buscan otro lugar de estacionamiento temporal.

La gente de la Tiesa es alegre.


10.000 años después....

La Tiesa no ha cambiado mucho. Hace apenas 5.000 años estuve haciendo un recorrido a pié y, en esencia, lo único que ha variado en sus más de 10.000 años de existencia, es el conocimiento de que el mundo se extiende más allá, mucho más allá, de lo que al principio supusimos. Otros montes, otras sierras y otros cielos y horizontes se encuentran más lejos y fuera de la región de la Tiesa. Incluso otras tiesas casi tan grandes como la nuestra, o más, que se llaman, en unos sitios, valles y, en otros, mesetas. Algunos horizontes están compuestos por agua exclusivamente y los llaman mares, si bien no se puede caminar por ellos sino en grandes cascarones de bellota, impulsados por el soplo del viento o por la fuerza humana aplicada sobre estacas, al batir las aguas que van surcando.

Estuve en el poblado de Torrecillas, con una familia de antepasados míos. Una familia discreta, que discuten por cualquier cosa y que viven en una torrecilla al lado de la plaza del Rollo; de estilo primigenio, con unas escaleras de piedra que bajan de forma brusca hacia la plaza. Colores ocres oscuros, con sabor a antaño, olores de humedad antigua, restos de almas en todos sus rincones. Como un cajón con techo hecho de una forma rudimentaria.

La excursión....

De la Tiesa fuimos al Monte en carro por un camino torcido y empinado. Una vía rocosa que asciende desde la rivera hasta las primeras filas de torrucas que delimitan el pequeño cerco de la aldea. Lo que fue una gran ciudad hace tiempo ha sucumbido a la decadencia y se ha visto envuelta en una penuria y una miseria que la rutina cotidiana no consigue vencer.

La gente de la aldea viene y va en un persistente ajetreo, como si quisieran construir de las ruinas del imperio una parcela más habitable que la del vecino, quedándose en lo que son: aspiraciones de grandeza, miniaturas de torres, ansias de parecer... casuchas poco mayores que las cabañas y las chozas. Los señores no se conformaron con destruir la ciudad y arruinar la aldea, se han repartido las tierras y han construido en ellas sus caseríos, llevándose rebaños, aves de corral, criados, siervos, pastores, porqueros, utensilios y guardas para protegerlos.

El carro asciende con parsimonia y ganas. Animado y con entusiasmo; delatando, para que todos lo sepan, que el día ha traído buena caza. Hábiles cazadores de ayer, pastores de hoy y de siempre; guerreros de la Tiesa y del campo; vaqueros, que vienen de acarrear el preciado trofeo; el alimento para la aldea; el sustento imprescindible para los largos y oscuros días del invierno.


(No se si continuará...)

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