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Autor: Adrian
Fecha: 19/10/2009 16:56:39

Muy bien, Carmen. Me gustó tu análisis. Debe ser muy parecido al que llevó a Amenábar a hacer la película. Es una visión actual de lo que creemos pudo suceder para que se produjera ese desplazamiento de una cultura abierta por otra mucho más cerrada e inflexible. Una cultura donde las cosas eran así 'porque estaban escritas' y en la que las 'sagradas escrituras' eran palabra de Dios. Cualquier juicio sobre la Naturaleza, el Mundo, la Vida, habrían de estar supeditados a ellas.

Alfonso debería ver la película. Pero no para cabrearse por las meteduras de pata históricas que pueda cometer, sino para verlo como una película actual, con un pensamiento y un modo de ver el pasado con una visión distinta a la que nos mostraron a nosotros. Un punto de vista cada vez más extendido, tanto entre los creyentes como entre los no creyentes.

Yo fui con mi suegra (católica, apostólica, romana y practicante) a ver la película, y la gustó. Incluso perdió en la batalla de suponer que podría haber santos buenos y santos malos (como San Cirilo). La guerra de obligar a los demás a 'creer por creer' ya la había dado por perdida. Además, ahora, parece que los chicos reaccionan a la contra en todo. Basta con que quieras imponer a alguien a convertirse al Islam para que se torne más papista que el papa.

Ahora se ha hecho de San Judas. ¡A quien se le ocurre! ¡Si hasta el nombre suena a pecado!

¿Se puede obligar a un pueblo a aceptar determinada cultura, creencias, ritos, leyes...? Es fácil conseguirlo por la fuerza cuando el funcionamiento o la supervivencia de la Sociedad en su conjunto está en juego. Nosotros nacimos en una cultura que nos obligaba a ir a misa, rezar, ser creyente, asistir a los ritos religiosos... Y parece que así ha sido durante 1500 años. Pero, de repente, esto ha cambiado. Es la crisis que menciona Alfonso. Estamos en ello. Estamos cambiando hasta la visión de la historia. No sólo de la filosofía, la religión, la cultura y la ciencia. Amenábar aporta su granito. Otros exponemos el nuestro. Seguiremos sin encontrar algo definitivo. Procuraremos que jamás se vuelva a forzar a nadie a pensar de forma intolerante, incondicional, hermética, inflexible o tiesa. Nos iremos aproximando a la 'esencia' de no se sabe que, mediante aproximaciones sucesivas. Y cuando estemos a punto de dar en el clavo, nos moverán la tabla y nos pegaremos un martillazo. Y vuelta a empezar.

Pero de ir para atrás, nunca. La historia no la vamos a cambiar. Fue como fue, o como le diera la gana ser. Ahora estamos tratando de entenderla, con el 'poquino más' de conocimiento que tenemos de las debilidades humanas, las miserias, la ciencia y la cultura, para que nos sirva a nosotros (la Sociedad) en nuestro futuro (el de nuestros nietos). Tenemos que aprender 'como Sociedad', igual que aprendimos 'como niños', para discernir lo se debe hacer, de lo que no; lo que nos da más beneficios y satisfacciones; lo que nos causa menos problemas, menos dolor y menos sufrimiento. No meter la pata tantas veces como lo hemos hecho tradicionalmente; o, si quieres, volverlo a hacer tan bien como lo hemos hecho alguna vez.

Quizá la diferencia esté en que ahora sea el criterio 'racional' -no el religioso, ni el 'moral', o el tradicional, que en otros tiempos haya dado buenos resultados- el factor dominante en la toma de decisiones. Si en un determinado momento nos encontramos ante la disyuntiva de elegir entre un individuo o la Sociedad, habrá que aplicar el postulado de que la Sociedad está por encima, al ser la suma de muchos individuos. Eso si está 'escrito' en los genes de los seres vivos. Eso habrá que escribirlo también en nuestro catálogo de conocimientos sociales y en nuestras leyes. Ni ídolos, ni superhéroes, ni dictadores, ni tiranos, ni déspotas, ni opresores; ni obispos, ni profetas, ni visionarios, ni salvadores; sólo presidentes, jueces, alcaldes, fontaneros, comerciantes, científicos, administrativos, técnicos, educadores... elementos todos del engranaje organizativo social.

Estos pensamientos, entre taberna y taberna, saben mejor... ¡Y llenan el cerebro de satisfacción, casi tanto, como el buen vino de pitarra que tanto nos gusta!

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