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Autor: Fernando
Fecha: 12/08/2008 18:07:47

Esta pretendida novela de mi vida que diseña Adrián, no sería tal sin el consabido prólogo, que tampoco tiene desperdicio. Y me vais a perdonar que lo relate en primera persona, pero es que así me siento mucho más importante.
Empezaré por mi abuelo Fernando Vega Porras, soldado "forzoso de la gurrra de Cuba, de la que regresó en barco con poco dinero y equipage, pero con unas fiebres de esas que te mueres, si quieres como si no quieres, para dejar una viuda, Josefa Ruiz Cuesta, y dos hijos: Ciriaco y Antonio.
El hijo mayor, mi padre Ciriaco, se lo llevó a Madrid un hermano de mi abuela, taxista de coches de caballos hasta que se inventaron los de "gasolina", y lo empleó de "dependiente repartidor" en una tienda de "ultramarinos" en la que tenía la obligación de dormir encima de los sacos de garbanzos, arroz o "habichuelos" (podían elegir) junto a los dos otres compañeros que formaban el grupo de aprendices.
Cuando se empezó a hacer "mozalbete", se aficionó a los toros y le empezó a entrar el veneno de la aficción hasta el punto de que junto con otros soñadores de tardes de triunfo, decidió largarse a tierras calientes de Andalucía, donde las fincas de entrenamiento se prodigaban más.
Para cubrir gastos y necesidades tuvo que emplearse en una fábrica de azúcar de remolacha en un pueblo cercano a Sevilla. El uso casi continuado de la pala en el trasiego de la "melaza", le hicieron un excelente experto. Aún recuerdo sus demostraciones entre amigos aquí, en Torrecillas, donde, debido a su buen porte en el vestir, nadie pensaba que existiera tal habilidad.
En aquellas tierras andaluzas encontró el amor de su vida. Mi madre María. Y cuando regresó al pueblo para comunicar a su madre su decisión de casarse, ésta se "vió negra" para reconocerle.
Ahora comprendereis porqué el protagonista de esta novela (que soy yo, no lo olvideis) nació en Andalucía y se sienta torrecillano, aunque sus más tiernos añitos los compartiera con niños andaluces.

Así va la discusión

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