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Participa / Foros / Colaboraciones / Decíamos ayer

Autor: Fernando
Fecha: 15/04/2008 13:37:02

Las intervenciones de Lucas, tan detalladas y minuciosas, me han hecho revivir, en mis propias carnes, aquel pasado tan lejano y recordar a aquellos MAESTROS que, con sus escasísimos medios, intentaron meter en nuestras "molleras" los conocimientos más elementales y necesarios para andar por la vida.
Me he permitido traer, hoy, un relato que, en su día, puse en la Web, más que nada como homenage a la muy noble tarea de la educación:
Ayer quedé sorprendido cuando, a orillas del pantano los negros nubarrones que habían estado en lo alto de la cordillera que casi lo circunda, se nos colocaron encima mismo de nosotros y empezó la orquestación de una enorme tormenta.
Aunque, al principio, sólo unos gruesos goterones anunciaban un inminente diluvio, no fueron óbice para que mi nieto dejara de saltar cerca del embarcadero, deteniéndose momentáneamente cuando el fragor de algún trueno nos llegaba. Me sorprendió el hecho de que no mirara al cielo donde el resplandor de los relámpago era manifiesto. Llamé su atención sobre ello y entonces descubrí que era la primera vez que presenciaba una tormenta en plena naturaleza y descubría la imponente belleza del fulgor del rayo.
¡Mira, mira, abuelo !, decía una y otra vez con ojos sorprendidos. ¡Otro, otro.... !
¡ Pero, no sentía temor !. Se veía que nadie le había hecho observar y entender que aquello representaba el posible peligro de que un rayo nos podía alcanzar, y, yo, muy proclive a enseñar los pocos conocimientos que sobre la materia tengo, estuve tentado de iniciar una perorata sobre ello. Me contuve. No quería amargar el deleite que sentía el niño en la contemplación del fenómeno. Sin embargo, vinieron a mi mente las primeras tormentas que yo presencié en mi niñez. Toda aquella parafernalia que se originaba : las advertencias de cerrar las puertas, el quedarse recogido y callado en un rincón, las jaculatorias, los rezos de las señoras más ancianas para mostrar el temor al poder de Dios..... También vinieron a mi memoria las tormentas que me pillaron dentro de la escuela. Recuerdo a mi maestro aprovechando la ocasión para, al tiempo que nos distraía, darnos una lección acerca de aquellos fenómenos luminosos y acústicos. Nos hablaba de la carga eléctrica de las nubes y la forma de calcular la distancia a que se encontraba la tormenta : Era una operación fácil que consistía en medir los segundos de diferencia entre el resplandor del rayo y el ruido del trueno para multiplicar por la velocidad de la luz. Entonces nadie tenía reloj (bueno, el maestro sí, uno de bolsillo, al que tenía que abrir una tapa para poder ver la hora) y el cálculo de segundos nos enseñó a hacerlo con movimientos acompasados de la mano, de arriba a abajo.
Este recuerdo trajo a mi mente una cantidad ingente de episodios de mi vida escolar, sobre todo, de la forma de enseñar tan amena y atractiva que tenían aquellos maestros que tuve la suerte de tener. Los temas que se tocaban iban, siempre que fuere posible, acompañados de ejemplos reflejados en nuestro entorno o en nuestra vida diaria. Parece que estoy viendo aquellas lecciones de geografía cuando, en una tarde de paseo por el campo de las afueras del pequeño pueblo, nos acercábamos a la orilla de un arroyo y, en los remansos más amplios del agua, nos hacía ver lo que era un golfo, un cabo, una bahía, una ría...... Si , por casualidad, saltaba una rana o veíamos un renacuajo, la materia de enseñanza pasaba a ser la de los batracios. Su forma de vida, su reproducción por huevos....Si nuestra atención la llamaba alguna atrevida lagartija, el tema se hacia , en esta ocasión, referido a los reptiles. Cuando surgía el tema de las aves, era otro cantar. Era rarísimo el niño que no supiera veinticinco o treinta nombres distintos de pájaros aunque su denominación no fuera muy científica ; y lo más curioso, nada más verlos revolotear en la distancia o surcar el cielo en bandadas, era que, cualquiera del grupo podía decir su nombre y costumbres : desde el coloriín al enorme buitre carroñero, pasando por el milano, el águila real, el cuervo, la coguta, la abuvilla, la pajarita galana, el verderón, el tordo, la avutarda, el cernícalo, la tórtola, la paloma torcaz, la codorniz, la perdiz, el quebrantahuesos, la alondra........Y sobre la reproducción ¿qué puedo decir si a simple vista también conocíamos, por su color y textura, los huevos de cada uno de los citados ?. La mayoría de los alumnos habían vivido o pasaban en el campo los largos veranos con sus padres o familiares recogiendo las cosechas de cereales y ello les permitía encontrar nidos que algunos traían en sus visitas al pueblo, para demostrarnos a los demás, su agudeza visual o su instinto para detectar los lugares más idóneos para encontrarlos.
Alguien se extrañará de que pudiéramos conocer los buitres, por ejemplo, pero la verdad es que, en aquellos tiempos en que la naturaleza era tan sabia, era fácil. (Ahora supongo que es igual de sabia, pero el hombre intenta corregirla). Existía, en las afueras del pueblo, una vía pecuaria. Un Cordel ; que era utilizado para la transumancia y ( luego hablaré de ello), donde la mayoría de los vecinos situaban sus estercoleros particulares, en los que se depositaban todos los residuos orgánicos procedentes de las cuadras y corrales . También servían de improvisado cementerio cuando se moría algún burro, oveja, mulo, etc. etc. Era entonces cuando, como por arte de magia, empezaban a sobrevolar todo tipo de aves carroñeras. Poco a poco iban bajando los círculos de planeo, hasta que las más decididas y también por su menor peso, decidían tomar tierra en las proximidades del enterramiento, casi superficial, para irse aproximando vigilantes de la posible cercanía de algún ser humano. Llegadas al lugar, empezaba un febril escarbar en el estiércol hasta dar con la piel del animal para empezar, de inmediato, el desgarro de la misma. Mientras, habían ido llegando los enormes buitres de cuello pelado y, ,con andar bamboleante, se iban acercando a la presa. Sus picotazos eran de enorme fuerza hasta que conseguían llegar al interior del animal. Sus tirones de la carne hacían moverse a todo el animal. Cuando había transcurrido un rato, la afluencia de comensales era tal que, por razones de sitio, daba origen a las peleas entre ellos. El espectáculo era asombroso. Algunos compañeros de clase y yo, lo presenciamos en muchas ocasiones , escondidos tras los muros de pizarra seca de los próximos cercados y en más de una ocasión, cuando observábamos que sus buches estaban llenos y , en sus intentos de emprender el vuelo fallaban, salíamos de nuestro escondite para correr tras ellos..
En una ocasión, en que nos acompañaban otros compañeros mayores, conseguimos alcanzar a uno en su torpe carrera y batir de alas. Dos , de los más atrevidos, consiguieron en una ocasión agarrar la punta de las alas de aquel enorme animal, que , sin exagerar, medía cerca de cuatro metros de envergadura ; nuestra reacción inmediata fue prestar ayuda a los osados al tiempo que vociferábamos para atemorizar al sorprendido animal. Este se defendía como podía tratando de llegar a nosotros con su enorme y ganchudo pico. Cuando tomamos algo de confianza intentamos llevarle al interior del pueblo con el fin de presumir de nuestra valentía. Casi habíamos llegado a la plaza ;nos sorprendió la presencia del maestro que, bastante enfadado, nos ordenó volver con el enorme pajarraco a las afueras del pueblo y dejarlo en libertad..
La lección del día siguiente, versó (¡ como no ! ) sobre la gran labor de limpieza que ejercían estas aves, en la naturaleza. (Aún no se utilizaba la palabra Ecología con tanta frecuencia como ahora) Hizo hincapié, varias veces, en el respeto que debíamos tener a todas las especies y sólo disponer de aquellas que fuesen necesarias para nuestro sustento. Pienso ahora que esto último lo añadió porque era cazador.......Pero, bueno, tenía razón
Y, hablando de Ecología, aunque resulte un poco escatológico, tendría que mencionar aquí, los diferentes sistemas de hacer nuestras evacuaciones, dependiendo un poco de la edad y el sexo, y en base a que carecíamos de agua corriente ; los chicos solíamos hacerlo saltando la pared de algún cercado y al amparo de la misma. Las cuadras (en casi todas las casas había alguna) eran el lugar indicado para los mayores ; las señoras y señoritas lo hacían en el orinal, para posteriormente arrojarlo a la cuadra. Lo curioso del caso era que las gallinas, que abundaban por todas partes, incluidas las calles del pueblo, eran las encargadas de cerrar el ciclo ecológico, la mayoría de las veces.
. Nosotros, los pequeños de la Escuela, aprovechábamos el recreo para orinar contra las paredes próximas, que eran de pizarra sin revestir, buscando las más blandas, de color ocre, para incidir sobre ellas, con nuestro fuerte chorro, intentando oradarlas y deshacerlas en pequeñas astillas. El maestro se acercaba a su casa, próxima, o subía las escaleras hasta el Ayuntamiento, que se encontraba en la parte superior de la escuela, donde existía un rudimentario cagadero, (W.C.), que consistía en una especie de banco de madera con un agujero por el que los excrementos caían directamente a una cuadrilla situada en la parte posterior.
Otro de los entretenimientos era admirar los automóviles que , muy de tarde en tarde, llegaban a la plaza en que estaba situada nuestra escuela. Nos maravillaba que aquellos brillantes cacharros con ruedas de goma y sin caballos o mulos pudieran desplazarse por el camino que venía desde la carretera general dejando tras de si enormes nubes de polvo ; pero lo que más nos cautivaba era el olor a la gasolina que producía en nuestras mentes sueños de grandes adelantos y progresos. Los chóferes o conductores eran profesionales uniformados, al menos con gorra de plato, que entretenían su espera limpiando con un plumero los brillos de su vehículo, hasta que el dueño volvía de hacer sus gestiones. Momento que nosotros esperábamos impacientes para comprobar como el conductor, después de cerrar la puerta, manipulaba algo en el cuadro de instrumentos y luego se situaba ante el coche e introducía una manivela de hierro, por debajo del radiador, intentando situarla en el punto adecuado para posteriormente pegar un tirón hacia arriba, lo que hacía que la máquina, después de algunos intentos, la mayoría de las veces, soltaba una especie de estornudos y empezaba a ronronear ; el conductor, entonces, sacaba la manivela y la colocaba bajo el asiento, para posteriormente, después de ajustarse su gorra, se sentaba frente al volante y después de una inspección rápida sobre los pocos instrumentos del salpicadero (¿porqué se llamará salpicadero ?), soltaba la galga (freno de mano) y comenzaba a moverse despacio, hasta que enfilada la calle, aumentaba la velocidad, después de distintos tonos del motor que nosotros ya sabíamos identificar con el cambio de marchas.
Todo este lenguaje técnico, lo habíamos ido adquiriendo a base de interminables preguntas hechas a los pacientes conductores, que nos tocaron en suerte en algunos recreos o en otras de las menguadas ocasiones en que aparecía un coche por nuestro perdido pueblo.Yo, que desde muy pequeño, sentí la atracción del olor a gasolina, llegué a saber o creer saber, cuando un coche no obedecía a los tirones sucesivos de la manivela y sólo soltaba algún que otro estornudo : estaba ahogado. El proceso a seguir era meter la varilla del aire y después de esperar un ratito, volver a intentarlo con la manivela. Si el fallo persistía, el mecánico,( como también se le llamaba al conductor) alzaba uno de los laterales del capó y, para nuestra admiración, se mostraba el motor y toda una serie de cables que iban de un lado a otro. El primer elemento a inspeccionar era , sin duda, el carburador, que era donde se podía haber producido el ahogo. Si la cosa no estaba clara, se hacía la inspección en los cables de las bujías y se comprobaba si llegaba chispa. Esto debía ser arriesgado, porque, muchas veces en el proceso de comprobación, el mecánico recibía alguna descarga eléctrica que le hacía soltar lo que tuviere en las manos y sacudir éstas con energía y aspavientos. Para justificarse ante su público infantil, de su reacción un poco improcedente, nos hacía saber que había recibido un calambre de doce mil voltios, y nosotros empezábamos a hacer cábalas sobre lo pequeños que debían ser aquellos voltios para caber por los cables.
Algo de aquello debió llegar a oídos del maestro porque, siguiendo su costumbre, nos introdujo ( o al menos lo intentó) en las Ciencias Físicas, para explicarnos cómo se podían producir las corrientes eléctricas y las muy distintas fuentes de que podían provenir. Casi todo ello nos parecía maravilloso pero muy difícil de entender dada la circunstancia de que en nuestro pueblo aún no había luz eléctrica. La había habido, según decían nuestros mayores, producida por un alternador, que era movido por un motor , que, a su vez servía para mover las máquinas de la fábrica de harinas ; pero eso era casi una historia aparte. De momento alumbraban nuestras noches los más diversos sistemas : desde el modesto candil, pasando por la humilde vela, hasta el fulgurante carburo, artilugio que sólo era habitual en los locales públicos y en las casas de la gente media, ya que había que comprar el carburo cálcico (de olor muy desagradable), las boquillas o quemadores, y el aparato en sí que no estaba al alcance de las casas modestas.
Sin embargo, esta carencia de alumbrado, tenía como contrapartida que las reuniones de la familia mas algún que otro vecino, se realizaran al rededor de las chimeneas que existían en todas las casas y al amor de la lumbre, sobre todo en invierno, lo mismo se contaban cuentos que se cantaban canciones tradicionales. Eran frecuentes, también, los cánticos de viejos romances que relataban las más inverosímiles aventuras : doncellas maltratadas y luego salvadas, pastores valientes que luchaban con los lobos...... y todo ello con una cantinela repetitiva que el acompañamiento coreaba algunas veces con el sonido tintineante del almirez de bronce latonado y brillante o el producido por la fricción de una cuchara contra las rugosidades de una botella de anís vacía. También se solía utilizar como instrumento musical de acompañamiento una sartén o una pandereta, sobre todo en el acompañamiento de los villancicos en las vísperas navideñas, en que el instrumento principal solía ser la zambomba, hecha con algún cántaro roto por el fondo y la pellaranca (parte envolvente de las mantecas de los cerdos), que sujetaba el gamonito (varilla vegetal que se solía obtener de un cardo) que era el encargado de recibir las fricciones de los dedos untados de saliva ó de un fregón (trozo de soga de esparto desecho) que, mojado en agua, se restregaba a lo largo de dicho gamonito produciendo un ronco sonido de acompañamiento.

ESPERO QUE PERDONEIS ESTE "MAMOTRETO"



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