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Participa / Foros / Historias / Francisco y Jerónima

Autor: Adrián
Fecha: 21/08/2006 12:49:48

Hoy he conocido a Francisco Iñigo, un personaje de Torrecillas de la Tiesa desde 1914. Son ya 92 añitos bien llevados los que tiene. Ya no es fácil sacarle recuerdos, pero su mujer Jerónima, de Aldeacentenera, tal vez por su naturaleza femenina, habla por los dos.

Jerónima lo recuerda todo; principalmente, lo relativo a la época de la escuela, al trato, más bien maltrato físico, de que hacía gala su maestro para poner orden y silencio en la clase con la varilla o la regla, haciéndote poner la mano para sacudirla cada vez que te movías o incumplías alguna norma del ‘reglamento-jamás-escrito’. Jerónima se pone tensa y se irrita cuando le vienen esos recuerdos a la mente.

Jerónima no se acordaba del nombre de un médico extraordinario que hubo en Torrecillas, Don Ignacio. Ella se había ido a vivir a Aldeacentenera con Francisco Iñigo y vino una vez desde allí con su hija para que la tratara el médico de Torrecillas. Eran unos años en que la penicilina no siempre era asequible o escaseaba. Su niña de tres años no salió adelante. Sí, sus tres hijos, sus seis netos y sus cinco biznietos.

Jerónima tiene una sobrina en Torrecillas casada con uno del pueblo, que vive cerca del restaurante Las Palmeras y que se dedica a poner vallas en las cercas. Pero sus biznietos son más franceses que españoles. Jerónima es otra víctima de la globalización.

No me pudo contar más, en parte debido a que las capacidades de asimilación en una visita esporádica son limitadas. Y no habrá más ocasiones, aunque el tiempo sea lo que más sobre en las residencias de ancianos. Jerónima ha cambiado de residencia en busca de una más acorde a sus circunstancias. Cuando me jubile tal vez consiga ir a la misma residencia de Jerónima para que me siga contando las historias que sabe.

Todos los años Jerónima y Francisco iban al pueblo de Aldeacentenera de vacaciones, pero desde hace tres años ya no pueden porque su marido no tiene la agilidad para andar por si mismo como la que tenía antes. Sus piernas se han puesto en huelga. No les pasa nada; simplemente se niegan a andar. Ella ha decidido venir a vivir a la residencia para estar más cerca de él, aunque conservando las distancias para no interferir con el trabajo encomendado a las cuidadoras, que para eso se las paga. Las habitaciones de Jerónima y de Francisco están de una punta a otra del pasillo. De ese modo se evita que Francisco se acostumbre mal y esté reclamando permanentemente la atención Jerónima; por rutina, sólo por pedir.

Francisco fue mellizo, pero su hermano hace ya tiempo que murió. Ambos se fueron muy jóvenes a Aldeacentenera. Él a trabajar en unas cabrerizas, su hermano de cartero. A los torrecillanos les gustan las aldeanas y viceversa. Jerónima recuerda siempre orgullosa, durante la época de la guerra, cómo el cartero de Torrecillas-Aldeacentenera-Trujillo le entregaba las cartas de su Francisco antes de que llegaran a “la Aldea” aprovechándose de su influencia con los mellizos y ante el celo y las protestas de las torrecillanas.

Francisco pilló una enfermedad trabajando con los animales que le ha llevado a más de una docena de quirófanos. Quistes benignos con capacidad de reproducción 'por ser hembras'. Pero a sus noventa y dos años está entero. Un poco disminuido en sus capacidades de memorizar, andar y hablar... Cansado, más bien, de tantos años de vivir.

Después se fueron a Madrid como tantos otros emigrantes. En Madrid Francisco y Jerónima han prosperado lo suficiente como para sacar adelante a sus hijos, casarlos y colocarlos. Los mismos que ahora les han buscado un buen acomodo en la residencia de la tercera edad para que ella no tenga que cuidar sola de Francisco. Hay sus más y sus menos. Jerónima habla y discute con su hija de Alicante largo y tendido y no parece estar del todo satisfecha. Jerónima preferiría estar en su propia casa. Ella se defiende muy bien sola, pero no puede con Francisco. Y en la residencia se aburre terriblemente.

Antesdeayer ha venido a visitarla su hija ‘la francesa’, la que se casó con el francés; los que viven en una ciudad a cien kilómetros al norte de París. ¡Que casualidad! Esta otra torrecillana que hay aquí en la residencia tiene una nieta en París, casada con otro francés ¡Y sus dos únicas biznietas son francesas! La conversación está asegurada.

¡Que vida más perra esta vida nuestra! ¡Que fue de esos 92 años! ¿Sirvieron? ¡Si!. Esa debe ser nuestra respuesta para no desesperar. Si, porque hemos tenido una buena cosecha: 3 hijos, 6 nietos, 5 biznietos. Más de la mitad de ellos franceses ¿Cómo puede uno procrear biznietos franceses? ¿Dónde está ese patriotismo y ese españolismo congénito? Y sin embardo esa es nuestra cosecha. Lo mejor que hemos hecho en 92 años de vida y sufrimiento. Nuestra contribución a la vida y su evolución. La otra contribución, la aportada a la sociedad, la cultura, la economía y el desarrollo, quedan difusas también, enmascaradas por la globalización, pero asentadas, para que nuestra sucesión biológica persevere trenzando y construyendo nueva ciencia y un mejor bienestar.

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