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Participa / Foros / Historias / Un día de colada en el Charco Lavandero

Autor: Anónima
Fecha: 03/03/2006 00:05:11


Mañana iremos al charco Lavandero a pasar el día. Nos gusta y nos apetece, pero vamos a necesitar un buen motivo para justificárselo a nuestra ama. Iremos a lavar la ropa.

“¿Cómo es eso, si aquí en casa podemos hacerlo igual y en menos tiempo?” es lo primero que nos va a contestar.

Alguna de las siguientes pueden ser razones o excusas que tendremos que argumentar:
• Una: Se está acabando el agua del pozo.
• Dos: Hay mucha ropa y muchos trapos de la matanza y está todo hecho una guarrería.
• Tres: Es un día que los niños no tienen colegio y se puede aprovechar para cuidar de ellos a la vez que ellos nos ayudan.
• Cuatro: Las de tiá Juana van todas las semanas y tienen la casa como los chorros del oro, y nosotras con esta porquería de agua y tanta ropa… la dejan a una desguarramillá de sacar cubos y más cubos del pozo. Me da igual de este pozo, que del del vecino o del del huerto...

Convencida el ama de que es necesario ir al Charco-Lavandero, empiezan los preparativos. Hay que mover gran cantidad de ropa en sacas, sacos o cestos. Si nos apañamos de un burro el transporte podría resultar más sencillo. Hay que llevar la tabla, el jabón, la merienda a base de tortilla de patatas, pan, queso y chorizo o patatera.

El día tiene que ser soleado. Nadie se arriesga a hacer los preparativos para un día que luego resulte lluvioso. Pero del tiempo no se puede una fiar mucho.

Por fin empieza la jornada.

Hoy no ha ido mucha gente al Charco-lavandero. Están, por un lado, las habituales, las que vienen casi siempre, bien porque viven cerca, en el Lejío, o bien porque tienen dedicación casi exclusiva con el oficio de lavar la ropa. Se las nota una desenvoltura y un desparpajo que paqué. Traen el cesto a la cabeza, sobre una rodilla de trapo que parece un donuts gigante. Son la admiración de los niños y la envidia de titiriteros y equilibristas. Llevan el cesto suelto sin sujetar con las manos. Las manos van ocupadas con otras cosas.

También las hay más novatas. Vienen pocas veces y son patosas como señoritas. Pero hay de todo entre las menos habituales, predominando siempre la alegría, el buen humor y las ganas de compartir un día de campo. Como si de una romería parlamentaria se tratara; para cuchichear y novelerear:

-“Hay chachita, chachita lo que te tengo que contar”
-Cuenta, cuenta.

En primavera el agua corre clara, limpia y cristalina. Todo consiste en encontrar un buen aposento junto al agua, colocar la tabla medio sumergida; jabón a un lado, ropa a otro y a frotar, y a cantar al ritmo del refriegue.

“La caemos, la caemos
porque queremos pasar
para el Charco-Lavandero”

Los circunstanciales ayudantes pueden colaborar en tender la ropa sobre la hierba, a pleno sol, porque el sol, se comenta entre las lavanderas, blanquea la ropa aún más si cabe.

Si el día resultara lluvioso, también se tendería la ropa encima de la hierba para que el agua de lluvia se encargue del último aclarado divino, dejándola ‘blanca’ como la nieve. ¡Apañaos estaremos si no escampara a tiempo para que se seque bien! Con la ropa húmeda no va haber quién pueda moverse del peso.

Los muchachos se dedican a cazar ranas. Mientras cazan ranas no hacen perrerías ni barrabasadas peores. Los muy cabritos de los niños se entretienen matándolas, pelándolas, dejando sólo las ancas, sin tripa ni piel, y poniéndolas en pizarras negras al sol a secar. ¿Se atreverán a comerlas después? ¿Qué creéis? Ya veremos. Todo estará supeditado a la cantidad de hambre que marque el indicador del estómago; hambre que dependerá, a su vez, del número de existencias y provisiones aportadas por el ama para pasar el día y de otras alternativas campestres que haya podido proveer la madre naturaleza. Y eso depende de la época del año en que estemos. Podríamos haber picoteado entre las espigas de cebada o de trigo verde, los cardillos crudos o alguna que otra arromaza. Hoy no hay habas, ni garbanzos verdes en las proximidades. Es demasiado temprano para encontrar algo de fruta madura. Si fuera la época de la fruta, lo más probable es que estuvieran ya esquilmadas.

¡Al final las ancas caen!: crudas, medio secas y sosas.

Los días de campo son agotadores para todo el mundo que no este habituado a ello, y para el que esté habituado, también. Cuando al caer la tarde la ropa se ha secado, se empieza a recoger, a doblar y a empaquetar para volver a casa. Es un gran alivio volver. Pero no sirve para compensar el cansancio.

Lo peor de llegar a casa es tener que dar explicaciones al ama de lo bien que ha ido la jornada. Y sólo vale un argumento, el de haber cumplido con los objetivos propuestos, a saber: una ropa limpia ‘como los chorros del oro’, seca y tan bien doblada que no hay casi ni que planchar. O sea el haber conseguido una hazaña que sólo es posible hacer en el Charco-Lavandero. Pero, además, ¡sorpresa!, resulta que nos hemos enterado de unas cosas que se dicen por ahí: ‘¡han pasao unas cosas por el pueblo…!’.

Ni el ama puede sustraerse a la fuerza del novelereo. Nos hemos aprendido hasta las coplas que han sacado a aquel hombre que se ‘perdió’… ¡Que intriga! ¡Que expectación! ¡cuenta, cuenta!.
¡Vamos!, que solo por conocer y enterarse de algo nuevo…, por romper la rutina y la monotonía de una vida muerta y aburrida va a merecer la pena haber ido y va a compensar, con creces, el meridiano y desastroso día que ha tenido que soportar el ama, sin sus sirvientas, ¡sus pies y sus manos!, y ahora también sus oídos.

(Por cierto, el estribillo de la copla era algo a sí como: “Se perdió el chato/se volvió a encontrar/menos mal, menos mal, menos mal…”)

Así va la discusión

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